1 de octubre de 2010

Miguel

El joven se levanta, con lentitud, del suelo húmedo y duro; su ropa tiene manchas de sangre que provocan en él preocupación acerca de su estado de salud. Un hombre, de edad muy avanzada, se acerca a él y le extiende la mano para ayudarlo a levantarse de la fría vereda en la cual se encontró inconsciente por más de media hora.

La memoria del joven le ha abandonado casi por completo, no hay recuerdos muy claros en su mente; solo recuerda que se llama Miguel, además lo único que viene a su mente es una voz que decía: ¡Guerrero, levántate! Pensó que tal vez su apellido era Guerrero, pero a su mente tampoco viene alguna imagen que le ayude a recordar quien es o que le sucedió antes de aparecer, con la ropa ensangrentada, frente a la puerta de una pequeña tienda de antigüedades.

La calle luce desierta y obscura; la única persona, que esta a lado de él, es un hombre que comienza hablar cosas que no tienen un aparente sentido lógico. Miguel no da importancia a las cosas dichas por el anciano, piensa que tal vez es un vagabundo loco y desorientado.

Luego de limpiarse con las manos, el polvo de sus ropas, el joven camina hacia la tienda que esta frente a el con el objetivo de encontrar adentro a alguien que le ayude a recordar que le sucedió en la calle. En la parte superior de la tienda cuelga un cartel de luces de neón que dice “Antigüedades Génesis” en letras celestes que parpadean continuamente y las cuales crean un efecto casi hipnótico en Miguel.

Miguel entra a la tienda con un aire de seguridad, como si conociera el lugar; la tienda a pesar de ser muy pequeña tiene en su interior muchísimos objetos, pero entre los que mas abundan son pergaminos y libros. Lo primero que le llama la atención, al inesperado visitante, es un cuadro, “La Ultima Cena de Leonardo da Vinci”, que se encuentra colgado en una pared que ha sido consumida por la humedad; debajo del cuadro hay un piano que contrasta con la antigüedad y suciedad que lo rodea. El piano es de color blanco e increíblemente esta libre de polvo y este atrae a Miguel hacia él como un imán; entonces, como un pianista experto, Miguel se sienta en una pequeña silla de madera del mismo color que el piano y comienza a tocar una bella canción, la cual parece haber sido compuesta por un maestro de la música.

La bella música que sale del piano y es interpretada de manera magistral por este joven logra atraer al mismo anciano que vio en la calle, quien ha ingresado a la tienda y ahora esta detrás del intérprete. Miguel, sin inmutarse, continua tocando durante diez minutos mientras el anciano se limita a escuchar la música con los ojos cerrados; al concluir abre los ojos y en voz baja dice algo en una idioma extraño, pero increíblemente el virtuoso pianista entiende todo lo que le dice. El anciano habla en un idioma que muchos seres humanos no entienden.

Miguel quien ahora luce una sonrisa (después de haber escuchado al anciano) le pide al anciano que le muestre una antigüedad que ha llamado mucho su atención. En la parte más alejada e iluminada de la tienda, a unos metros del piano, una espada esta apoyada al costado de una armadura plateada. La espada al igual que el piano esta libre de mancha alguna de polvo o de algún otro tipo y brilla tan fuerte que ilumina todo objeto que se encuentra, a pocos metros, alrededor.

Antes de tomar la empuñadura de la espada, le pregunta al anciano a quien le perteneció tan hermoso objeto, pero el anciano responde al joven solo con su silencio y con una leve sonrisa dibujada en su rostro. La espada es tan pesada que le cuesta al joven levantarla del suelo, pero después de muchos intentos por fin logra su cometido.

La espada se alza sobre las cabezas del joven y el anciano, durante dos minutos, hasta que los brazos de Miguel se cansan por el esfuerzo realizado; el pesado objeto ahora esta en el suelo nuevamente, a lado de la armadura. De repente el anciano desaparece de la tienda sin hacer ruido, el joven mira a todos lados pero no logra hallar al anciano, piensa que tal vez ha salido de la tienda mientras el alzaba la espada.

De repente, la puerta de la tienda se abre súbitamente como si hubiera sido abierta por una mano invisible. A pesar del frío de la noche, la tienda se comienza a inundar por un calor intenso además un olor, más extraño que el polvo que cubría los objetos ahí presentes, empieza a molestar el olfato de Miguel. Su instinto le dice que tome la espada, así que lo hace rápidamente.

Delante de su cuerpo, en posición defensiva, la espada se levanta entre las manos del joven, quien ahora no ha tenido problemas para sujetar tan pesado objeto. La luz de la espada se hace mas intensa y comienza a iluminar todos los objetos que se encuentran alrededor, inclusive la intensa luz poco a poco comienza a sobrepasar los límites de la tienda de antigüedades hasta llegar a la fría calle.

El olor comienza a despertar en Miguel recuerdos en su mente, pero el calor le hace difícil la tarea de identificar el origen de tan penetrante olor. La mente poco a poco se le aclara al ver una inscripción en la empuñadura de la espada, en la cual se lee claramente en letras muy pequeñas: !¿Quien Como DIOS?!.

Mientras lee la inscripción (en voz alta) una sensación de paz y tranquilidad inunda su alma a pesar que frente a él ha aparecido, aparentemente de la nada, un lobo con ojos rojos muy amenazadores y colmillos que muestra con ira; el lobo comienza a caminar alrededor de Miguel, pero este se muestra seguro de sí mismo, sin temor alguno.

El lobo salta de imprevisto hacia Miguel con el fin de morderlo, pero lo único que logra morder es el acero de la espada que le atraviesa rápidamente la boca hasta el fondo de sus entrañas. Con la espada aún en su interior, el lobo aúlla de dolor, cae al suelo sangrando en abundancia e inmediatamente comienza a ser consumido por un fuego interno que termina por consumirlo hasta dejarlo en cenizas, las cuales dejan un fuerte olor a azufre en el ambiente.

La espada aún sujeta por ambas manos, es levantada del suelo con mucha facilidad, y a pesar que esta manchada de sangre, la luminosidad no se ha perdido. Sin muestras de cansancio o temor, Miguel sale de la tienda ahora con la armadura puesta y con un rostro que refleja una victoria que no es ajena a su persona, pues ahora recuerda quien es.

Una hora antes que Miguel recuperara la memoria, en medio de la noche, dos sujetos armados (con una escopeta cada uno) estaban a punto de entrar a la tienda de antigüedades, con el cobarde propósito de matar al dueño y robarle todo lo que tuviera de valor. El plan de estos delincuentes intentó ser evitado por un muchacho, de estatura mediana, de contextura física delgada y de apariencia inofensiva. El joven se situó delante de los dos delincuentes, que eran más fuertes y altos que él, para evitar el robo.

La batalla parecía perdida; para el valiente joven, debido a las desventajas ya descritas con respecto al físico y apariencia frente a estos dos hombres. Sin embargo, el joven se paró delante de ellos impidiéndoles el paso hacia el interior de la tienda. Los delincuentes al darse cuenta que solo el frágil cuerpo del este chico los separaba, de la puerta de acceso a su botín, lo sujetaron fuertemente entre los dos y lo arrojaron como una roca hacia la vereda.

Uno de los delincuentes sacó, de uno de los bolsillos traseros de su pantalón, un cuchillo y se acercó hacia el joven, quien ahora estaba más indefenso que antes, tirado en la fría vereda y con las extremidades ensangrentadas; el dolor corporal se apodero rápidamente de él mientras el delincuente se acercaba, para matarlo silenciosamente con su cuchillo.

Repetidamente el cuchillo atravesó el abdomen del joven, quien agonizaba lentamente en el suelo. Lo último que recuerda antes de perder el conocimiento es una voz que le dice: ¡Guerrero, levántate!, luego todo es obscuridad en la mente de Miguel. Los delincuentes han sacado de su camino a Miguel, ahora están dentro de la tienda.

El dueño de la tienda descansa en su habitación pero un ruido de objetos rompiéndose (al caer al suelo) despierta al anciano. El dueño se acerca al lugar donde se esta cometiendo el robo, frente a sus ojos, pero el anciano poco puede hacer después que uno de los hombres le golpea la cabeza con la culata de la escopeta. El anciano cae inconsciente al suelo, sin poder detenerlos o alertar a la policía.

El delincuente que aún tiene la sangre de Miguel, en su cuchillo y manos, se acerca al anciano, mientras el otro sujeto busca desesperadamente dinero en uno de los cajones de un mueble apolillado. El mueble es destrozado fácilmente por un disparo de escopeta, pero al interior no hay nada. De repente, un objeto llama la atención del asesino, lo cual hace que abandone la idea de matar al anciano.

Una armadura reluciente y una espada que brilla intensamente atraen a los dos sujetos, quienes ahora están más cerca de su propia muerte, sin saberlo. Con las manos aún ensangrentadas, el asesino coge la empuñadura de la espada pero esta le quema la mano e inmediatamente comienza a consumirle un fuego interior que le quema las entrañas hasta dejarlo en cenizas. El otro delincuente asustado, al ver las cenizas de su compañero, sale corriendo de la tienda; antes que pueda cruzar hacia la vereda de enfrente un carro de la policía le cierra el paso, y de esta manera termina arrestado.

Los policías hallan en el interior del la tienda, en el lugar donde estaba el mueble, un piano y debajo de aquel piano se encuentra el anciano inconsciente. Luego de recuperar la conciencia, el anciano es conducido hacia la calle por una enfermera para que sea examinado posteriormente por un médico, pero antes de ser conducido a la ambulancia el anciano extiende la mano hacia la vereda para ayudar al joven Miguel, pero la policía o la gente (que ha llegado a curiosear) no ven a nadie en la vereda. La gente comienza a murmurar que el viejo se ha vuelto loco o esta alucinando debido al golpe que recibió en la cabeza.

El anciano no deja de hablarle al joven y se resiste a irse del lugar a pesar de los intentos de un médico que quiere llevarlo al hospital. Luego cuando todos se han ido, Miguel abre los ojos y ve al extraño hombre, quien lleva varios minutos con la mano extendida.

Luego de lo acontecido y relatado (en los párrafos anteriores), Miguel ya sabe quien es el anciano que le extendió la mano, porque el anciano le ha revelado su nombre. Aquellas palabras que parecían no tener sentido y solo pueden ser entendidas por los verdaderos hijos de Dios eran:

-Hermano te extiendo mi mano para sanar tus heridas y llevarte a la luz, nuevamente-
La calle donde ocurrió el frustrado robo tiene el nombre del anciano (San Rafael) y a Miguel, los católicos, aunque no puedan verlo, lo llaman: San Miguel, Arcángel.

“La mente puede olvidar
Pero el corazón jamás pierde la memoria”.
(Frase de: Leo, quien nació bajo la protección de San Miguel, Arcángel)

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