La medianoche ha llegado y aún no puedo conciliar el sueño. Prendo el televisor, hago zapping unos minutos, pero tampoco logro mi objetivo: combatir el insomnio. Aún en mi mente dan vueltas con violencia los pensamientos que me atormentan desde que recibí esa carta anónima que deslizaron debajo de la puerta de mi domicilio.
-¿Quién desea mi muerte?- me pregunto en voz alta.
Una tras otra las preguntas me aturden el cerebro sin cesar. Mil preguntas giran alrededor de mí ser y penetran mi mente; estas interrogantes se alojan como espectros en mi cerebro. Siento que estoy a punto de caer en un colapso nervioso. Pero la esperanza, de que todo lo que he leído en esa carta sea una simple broma de mal gusto, me da un respiro de tranquilidad.
Miro el reloj de pared, ya ha pasado media hora y aún no puedo cerrar los ojos. El ladrido de un perro asmático, el ruido del pito del vigilante de la casa, el incesante sonido de los grillos y la alarma de un carro estacionado frente a mi casa, es todo lo que escucho durante la noche. Siento que el mundo esta confabulando contra mí para empujarme hacia el abismo de la locura.
-¿Me estoy volviendo paranoico?
-¡Demonios! ¿Por qué sigo hablando solo?- me pregunto ahora en silencio.
Media hora antes de la medianoche, alguien toco el timbre, yo abrí la puerta y en el tapete de la entrada principal de la casa había un sobre a mi nombre. El sobre tenía en su interior una breve carta anónima que decía lo siguiente:
“Mañana a las 3 am te mataré mientras estés durmiendo”
No había remitente, solo destinatario, es decir, yo. No entendía porque alguien me había enviado una carta (tan obscura) y a una hora muy poco habitual. Pensé que tal vez algún muchachito ocioso había decidido fastidiarme el sueño tocando el timbre de mi casa; nunca falta gente que, cuando no tiene nada que hacer, intenta ocupar su tiempo en cosas tan molestas como tocar los timbres de las casas vecinas.
La hora se va convirtiendo en una obsesión; miro el reloj constantemente y sigo con la mirada el movimiento de las agujas. Los minutos pasan, pero las respuestas a mis preguntas no aparecen.
Esta madrugada el ruido parece que ha aumentado su intensidad; el perro, el silbato, los grillos y la alarma del auto se han vuelto, conforme pasan los minutos, mas insoportables para mis oídos. Intento disminuir la intensidad del ruido tapándome los oídos con la almohada, sin embargo, mis esfuerzos son en vano.
Faltan dos horas para las tres de la mañana, aunque mi subconsciente me dice que faltan 30 segundos. La ansiedad se apodera de mí, un sudor frío recorre mi rostro y ahora el “tic tac” del reloj se ha sumado a los ruidos insoportables de la calle. La idea de la confabulación se incrementa en mi mente e intento pelear con la preocupación de que alguien en realidad intenta matarme.
-¿Quien desea mi muerte?- me pregunto nuevamente en voz alta.
Poco a poco la razón va reemplazando a la locura; mis pensamientos se comienzan a volver turbios y pesados. La habitación en la cual me encuentro la siento mas estrecha a pesar de lo suficientemente grande que es. Mi cama se ha convertido en mi guarida contra cualquier extraño que quiera agredirme, aunque sé que una sábana y una almohada no serán escudos contra cualquier tipo de arma.
A pesar de la inamovilidad voluntaria de mi cuerpo, he decidió armarme de valor, levantarme de mi cama y acercarme a la puerta de mi habitación para cerrar con llave. Tal vez no pueda defenderme pero al menos tendré tiempo de escapar por la ventana que esta cerca al patio trasero de mi casa.
Estoy echado nuevamente en mi cama, pero los deseos de dormir se han disipado por completo. Lo único que ocupa mi mente, en este momento, es el plan que empiezo a trabajar en mi mente para logar escapar de mi habitación; es probable que me mate al intentar saltar desde un segundo piso hacia un piso de cemento, pero vale la pena intentarlo.
-Van a intentar matarme ¿Y que pasará si alguien logra su objetivo?- me pregunto constantemente. La respuesta la he hallado en el cajón de mi mesita de noche; hay un papel y un lapicero dentro de él. Comienzo a escribir lo que estoy viviendo desde el momento que alguien toco el timbre de mi casa; todo lo sucedido lo escribo en tiempo presente y con un sentido aparentemente lógico, aunque el tiempo y la razón ya me hayan abandonado.
Escribo con una velocidad impresionante como si el tiempo fuera mi peor enemigo. Palabras inconexas y números colocados al costado izquierdo de cada párrafo van dando forma a una carta testimonial. Los números describen el momento exacto en que sucedieron los acontecimientos y las palabras son el resultado de una mente que ha perdido la cordura.
El ruido de la calle y el sonido del reloj, acompañados de un un inexplicable zumbido en mis oídos, comienzan a provocarme un fuerte dolor de cabeza, entonces decido abandonar lo que estaba escribiendo. He dejado la seguridad de mi cama para buscar en los cajones de mi cómoda un analgésico lo suficientemente potente. Para mi mala suerte no he encontrado medicamentos en mis cajones, así que decido salir de mi cuarto e ir al baño en busca de algo que calme mi dolor.
Me siento mareado y la casa se me hace mas extraña, como si no fuera mía. Me siento desorientado y no encuentro el baño; parece que hubieran hecho una remodelación en casa mientras yo estaba echado en la cama. Suena a locura pero así me siento desde el momento que salí de mi guarida “anti-asesinos”(cama).
Después de muchos minutos de búsqueda he logrado encontrar el baño y el analgésico que buscaba. Han cortado el agua y tengo que hacer uso de la poca saliva que me queda para poder tragar la pastilla. Veinte minutos de espera y un sabor amargo en la lengua son un buen precio que he tenido que pagar para eliminar la migraña.
Los ruidos que me habían molestado durante hora y media se silenciaron misteriosamente. Pienso que tal vez me he quedado sordo debido al molesto zumbido auditivo. Las dudas acerca de una aparente sordera se esfumaron cuando comencé a escuchar el sonido lejano de una sirena policial. El ruido de la sirena se incrementaba cada vez más conforme pasaban los segundos. Una luz de salvación iluminó mi rostro al percatarme que la policía estaba patrullando muy cerca de mi casa.
Tengo la sensación que los acontecimientos que me están sucediendo ya me habían sucedido anteriormente, pero no recuerdo el detalle de los hechos, el tiempo o fecha de lo ocurrido. A pesar que mi mente se encuentra confundida, la poca razón que me queda me dice que ya he vivido esta experiencia traumática.
-¡Carajo, me olvide de la policía. Tengo que llamarlos!
Me había olvidado que mi salvación estaba a unos metros del baño donde me encontraba. Al asomarme por la reducida ventana del baño, veo que un sujeto ha descendido de la camioneta policial. Me llama tremendamente la atención al verlo, porque no tiene apariencia de policía. No tiene uniforme, esta vestido con blue jean y una casaca negra desteñida; tiene la apariencia de un delincuente.
El miedo comienza a apoderarse de mí cuando veo que el sujeto se acerca a la puerta de mi casa y comienza husmear a través de las rejas de madera de mi jardín delantero. Su comportamiento se vuelve mas extraño cuando prende una linterna y comienza a alumbrar hacia el segundo piso. La situación se ha vuelto mas tensa, el dolor de cabeza vuelve otra vez y la ansiedad me paraliza por completo; la persona ha apagado la linterna y ahora intenta ver mejor el único lugar de la casa que tiene la luz encendida. Mi salvador al cual le iba pedir auxilio ahora lo veo como un delincuente que intenta matarme.
Estoy parado frente a la ventana del baño con una mirada de terror dibujada en el rostro; si el delincuente logra verme tal vez sea mi fin. Comienzo a pensar que no tengo escapatoria. Cuando el extraño sujeto logra fijar su mirada en mí, una idea estúpida me pasa por la mente:
-Debo mantenerme inmóvil. Tal vez piense que soy una estatua y me deje en paz.
Aunque parezca absurdo, el plan parece haber dado resultado. El sujeto me mira con una mirada dubitativa y se da media vuelta. Se sube a su camioneta, prende el auto y se pierde en medio de la noche, faltando una hora para las 3am.
-Soy un genio- pienso.
Ya pasaron treinta minutos desde la partida de aquel sujeto y ahora estoy nuevamente echado en mi cama. Ahora me siento mas tranquilo, ya no tengo ningún malestar físico. He retomado lo que estaba escribiendo, pero ahora la carta testimonial se ha convertido en un relato casi involuntario.
Al ver lo que he escrito, al revés y al derecho en esa hoja de papel, me doy cuenta que nada de lo redactado tiene un sentido razonable, pero a pesar de todo siento que el simple hecho de escribir me ha permitido explorar un lado de mi ser que creía muerto. El miedo al parecer ha sido beneficioso para poder escribir este relato; pienso que al menos algo positivo he sacado de una situación tan estresante.
Falta poco tiempo para las tres de la mañana, sin embargo, lo que me pueda suceder mientras este dormido ya no me importa, ya no tengo miedo. La puerta de la habitación esta abierta y veo que un hombre, vestido con una bata blanca, se me acerca y es en ese preciso momento que una una extraña sensación de libertad me embarga a pesar que mi cuerpo inmóvil haya estado conectado todo este tiempo a un respirador artificial y me encuentre a punto de morir en 10 segundos en esta cama de hospital, teniendo como único testigo de mi muerte a un médico que mira su reloj y dice fríamente:
-Hora del deceso………3 am.
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