Eran las 4 am cuando escuché un grito desgarrador. La luna llena me ayudaba un poco a no caer en alguno de esos huecos llenos de agua lodosa.
Yo caminaba casi a ciegas buscando el origen de aquel pedido de auxilio.
Auxilio, ayúdenme por favor – decía una voz a lo lejos.
Caminaba con dificultad mientras mis pies se hundían en aquel terreno de barro con olor a muerte. A pesar del olor nauseabundo que desprendían las tumbas abiertas, yo luchaba por encontrar el origen de aquella voz. Era una mujer y de eso estaba seguro, pero no podía saber de donde provenía aquel pedido de ayuda.
Los minutos pasaban y mi preocupación iba en aumento. Y de repente a aquella voz se sumaron dos más.
-Aquí estoy, por favor ayúdenme- gritó un hombre.
-Saquenme de aquí, por favor- decía la voz de una mujer.
Las gritos de ayuda, de lamento incontrolable, se mezclaban en una de las noches más oscuras que había presenciado en mi vida. De pronto mi memoria daba un salto atrás en el tiempo y recordaba que horas antes estaba sentado frente a mi televisor viendo las noticias.
Un señor de saco y corbata con cara de preocupación decía que un alud (huayco) había llegado al pueblo de San Miguel. Y al principio pensé que era una broma de mal gusto, pero las imágenes que veía eran en la televisión eran una cruda realidad; miles de cuerpos mutilados, putrefactos y sepultados bajo tierra habían salido de sus tumbas.
El poder de la naturaleza había arrasado con medio pueblo y a su paso el alud de lodo, piedras y troncos había desenterrado un cementerio que horas atrás lucía en paz.
Aquel cementerio en medio de las tinieblas, con muertos flotando en medio de personas vivas, era un lugar tenebroso sacado de alguna película de terror.
Los seres vivos, en medio de los cadáveres, clamaban por ayuda. Fue en ese momento que me sentía la persona más impotente del mundo. Quería rescatar a aquellas personas que rompían el silencio de la madrugada, pero no podía ver donde estas se encontraban.
Mi corazón palpitaba a mil por hora mientras los lamentos se incrementaban. Mi cabeza parecía que estaba a punto de estallar y mis piernas parecían que iban a desaparecer dentro del lodo.
Un grito se sumó al de ellos. Grité con toda mi alma y este retumbó en cada rincón de aquel cementerio en ruinas. La tierra estaba reclamando mi cuerpo que vió por primera vez la luz de la vida 30 años atrás. Poco a poco mis piernas desaparecían de mi vista y la oscuridad llegaba. Un dolor intenso comenzaba a crecer en mi pecho. Mañana seré parte de un titular en algún diario sensacionalista, pensé.
La vida se me escapaba. Sentía que las esperanzas de sobrevivir se reducían poco a poco. Cada vez mi cuerpo se sumergía más en ese asqueroso agujero hasta que quedé sepultado.
Sentí una falta de oxígeno. Dí un grito desgarrador y fue en ese momento que me desperté y pude ver la luz del sol. Ante mí un sacerdote rezaba frente a una féretro. Decenas de personas me miraban con asombro, incluyendo a mi madre. Y lo único que atiné a decir en aquel embarazoso momento fue: “Abuelo, perdóname por dormirme en tu entierro. ..Amén”.
Yo caminaba casi a ciegas buscando el origen de aquel pedido de auxilio.
Auxilio, ayúdenme por favor – decía una voz a lo lejos.
Caminaba con dificultad mientras mis pies se hundían en aquel terreno de barro con olor a muerte. A pesar del olor nauseabundo que desprendían las tumbas abiertas, yo luchaba por encontrar el origen de aquella voz. Era una mujer y de eso estaba seguro, pero no podía saber de donde provenía aquel pedido de ayuda.
Los minutos pasaban y mi preocupación iba en aumento. Y de repente a aquella voz se sumaron dos más.
-Aquí estoy, por favor ayúdenme- gritó un hombre.
-Saquenme de aquí, por favor- decía la voz de una mujer.
Las gritos de ayuda, de lamento incontrolable, se mezclaban en una de las noches más oscuras que había presenciado en mi vida. De pronto mi memoria daba un salto atrás en el tiempo y recordaba que horas antes estaba sentado frente a mi televisor viendo las noticias.
Un señor de saco y corbata con cara de preocupación decía que un alud (huayco) había llegado al pueblo de San Miguel. Y al principio pensé que era una broma de mal gusto, pero las imágenes que veía eran en la televisión eran una cruda realidad; miles de cuerpos mutilados, putrefactos y sepultados bajo tierra habían salido de sus tumbas.
El poder de la naturaleza había arrasado con medio pueblo y a su paso el alud de lodo, piedras y troncos había desenterrado un cementerio que horas atrás lucía en paz.
Aquel cementerio en medio de las tinieblas, con muertos flotando en medio de personas vivas, era un lugar tenebroso sacado de alguna película de terror.
Los seres vivos, en medio de los cadáveres, clamaban por ayuda. Fue en ese momento que me sentía la persona más impotente del mundo. Quería rescatar a aquellas personas que rompían el silencio de la madrugada, pero no podía ver donde estas se encontraban.
Mi corazón palpitaba a mil por hora mientras los lamentos se incrementaban. Mi cabeza parecía que estaba a punto de estallar y mis piernas parecían que iban a desaparecer dentro del lodo.
Un grito se sumó al de ellos. Grité con toda mi alma y este retumbó en cada rincón de aquel cementerio en ruinas. La tierra estaba reclamando mi cuerpo que vió por primera vez la luz de la vida 30 años atrás. Poco a poco mis piernas desaparecían de mi vista y la oscuridad llegaba. Un dolor intenso comenzaba a crecer en mi pecho. Mañana seré parte de un titular en algún diario sensacionalista, pensé.
La vida se me escapaba. Sentía que las esperanzas de sobrevivir se reducían poco a poco. Cada vez mi cuerpo se sumergía más en ese asqueroso agujero hasta que quedé sepultado.
Sentí una falta de oxígeno. Dí un grito desgarrador y fue en ese momento que me desperté y pude ver la luz del sol. Ante mí un sacerdote rezaba frente a una féretro. Decenas de personas me miraban con asombro, incluyendo a mi madre. Y lo único que atiné a decir en aquel embarazoso momento fue: “Abuelo, perdóname por dormirme en tu entierro. ..Amén”.
1 comentarios:
Me enganchó, la lei sin parar ya pensaba que deberia ser un relato para leer de noche, y de repente un aliviado final jijiji ;)
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