“En todo momento de mi vida hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas de una realidad que las mujeres conocen mejor que los hombres y en las cuales se orientan mejor con menos luces.”
Gabriel García Márquez - Escritor colombiano y premio nobel de Literatura
Miguel, a los 18 años de edad, descubrió que relatar historias era algo que le daba una gran satisfacción emocional. La universidad, una bodega, una pollería, inclusive un cementerio, entre otros lugares, se convirtieron en el escenario perfecto para cautivar a sus oyentes: familiares o amigos. Sus relatos hablados siempre esparcían la confusión en el ambiente; ¿era verdad o mentira lo que relató? Esa era la pregunta que siempre se hacían quienes lo escuchaban con una hipnótica atención. Y esta mezcla de suspenso y duda que producían sus relatos le fascinaba sobremanera.
A los 23 años de edad, cansado de estudiar una carrera que había “elegido” por obligación de sus padres, abandonó sus estudios universitarios dos años después de haber ingresado a la facultad de derecho. Era un buen alumno, con excelentes notas, pero sentía que la universidad no era lo suyo.
Poco tiempo después de abandonar la universidad encontró un trabajo. Algunos meses mas tarde abandonó su hogar y se mudó a un pequeño departamento, que no era gran cosa, pero en realidad era el lugar ideal y apacible que necesitaba para alejarse de las fuertes discusiones que tenían sus padres dentro y fuera de casa.
Su padre, quien aún creía que Miguel estudiaba en la universidad, le depositaba mensualmente dinero en el banco para financiarle sus supuestos estudios universitarios. Lo que no sabía su padre era que ese dinero era destinado a costear el alquiler del departamento de su hijo.
El departamento, ubicado en el primer piso de un vetusto edificio plomizo, era el lugar donde pasaba el tiempo escuchando música rock y leyendo libros de escritores famosos, principalmente novelistas. Aunque la actividad que más disfrutaba era escribir.
Cada vez que terminaba su trabajo diario como asistente administrativo en el área de documentación clasificada para reparto, es decir, cuando terminaba su jornada laboral como mensajero, caminaba rápidamente en dirección a su departamento, mirando cada 2 minutos su viejo reloj de pulsera, como si el tiempo fuera su peor enemigo. Su rutina diaria al llegar al edificio era subir lentamente las escaleras que lo conducían a la solitaria azotea ubicada en el piso 15. Sus compañeros infaltables eran unos enormes y potentes binoculares que colgaban de su cuello, además de una pequeña libreta amarilla y una grabadora reportera.
Una vez posicionado en la azotea, su recinto de inspiración literaria como solía llamarle, se sentaba en una vieja silla de mimbre desde donde observaba través de sus binoculares a una bulliciosa y caótica ciudad que deambulaba bajos sus pies. Su proceso creativo siempre empezaba al mediodía justo en el momento que prendía la grabadora para grabar el ruido distante de la calle.
Miguel le dedicaba muchísimo tiempo y esmero al arte de escribir. A pesar de esto no se consideraba un escritor y mucho menos un artista. Miguel solo se veía a si mismo como un loco aventurero que se había sumergido en el satisfactorio y embriagador mundo de las palabras.
Como poseído por una mano invisible, desde lo más alto del edificio, tomaba nota de todo lo que veía; apuntaba datos curiosos: desde el movimiento errático de la gente hasta los autos que transitaban velozmente por la avenida. Entre sus apuntes nunca faltaban personajes como: un policía coimero que detenía vehículos con el fin de quitarles plata a incautos choferes, un loco al que le faltaba una pierna que gritaba tonterías acerca del fin del mundo, una pareja de enamorados peleándose a mitad de la calle, un heladero en su triciclo que tocaba su trompetita o una señora con un bebé que no era suyo, al cual arrullaba entre sus brazos mientras pedía limosna para curar a su “hijo” enfermo.
Entre las pocas personas que veía salir del edificio siempre observaba con gran admiración a una hermosa joven. El sabía que ella vivía en el departamento 102 a pocos pasos del suyo. Era una joven de 24 años, 1.65cm de estatura, de ojos color café, cabello castaño, tez blanca, labios provocadores y un cuerpo de infarto, que muchas mujeres envidiarían.
Todos los días al mediodía la veía salir presurosa del edificio, sin rumbo conocido, perdiéndose en medio de los bocinazos de los autos y el bullicio de la gente. Se sentía fascinado no solo por su belleza evidente, sino también porque creía haberla visto años atrás. Sin embargo, no recordaba donde, ni cuando la había visto por primera vez.
En más de una ocasión intentó hablar con ella, sin embargo, su timidez lo paralizaba poco antes que su dedo tocara el timbre del departamento 102. Deseaba preguntarle cientos de cosas: empezando por su nombre y el lugar a donde se dirigía siempre con tanta prisa. Irónicamente, el lugar donde empezó a sentirla mas cerca era la azotea. Desde ahí le hablaba en voz baja mientras la observaba a través de sus binoculares; siempre le preguntaba quien era y a donde iba, pero como era lógico de esperarse siempre hallaba el silencio como respuesta.
Otro lugar donde la sentía cerca era en sus sueños. Había un sueño recurrente que tenía; era acerca de una boda donde ella siempre aparecía vestida con un hermoso traje de novia. Aquella mujer aparecía de pie frente al altar de una iglesia y flanqueada además por coloridos vitrales de arcángeles y unas cuantas imágenes de yeso. Su rostro estaba sutilmente cubierto con un velo blanco y translucido que dejaba ver una mirada apagada y llena de resignación, como si la boda fuera un sacrificio y no un compromiso espiritual de por vida entre dos personas que se aman. En contradicción a tal imagen, al lado de la novia, aparecía un novio elegantemente vestido que mostraba orgulloso una sonrisa de oreja a oreja.
Aquel sueño le sirvió de inspiración. Y esto se hizo evidente cuando un día de verano al mediodía, bajo la inclemencia de un sol sofocante, comenzó a escribir compulsivamente en el piso 15. Empezó a escribir al mediodía y terminó poco antes de la medianoche; las fuerzas lo abandonaron y finalmente se quedó profundamente dormido en el áspero y sucio suelo de cemento.
Al día siguiente despertó y se percató que tenía entre sus brazos unas hojas de papel; estaba echado en el suelo y abrazado a ellas como cuando un niño se abraza a un muñeco de peluche para poder dormir. Miró a su alrededor y recordó que, mientras dormía, había escuchado fuertes explosiones lejanas. Además sintió un fuerte olor a pólvora que había enrarecido el aire.
Conforme los primeros rayos solares de la mañana alumbraban su aún aletargado cuerpo, se fue librando de la confusión y pereza. Ordenó sus pensamientos y su mente le dijo que un año nuevo había llegado. Las explosiones que había escuchado eran los fuegos artificiales anunciando la llegada del año 2000.
En sus manos tenía 10 hojas de papel que describían un relato acerca de una enigmática mujer que se adentraba en los sueños de un joven escritor. Aquella mañana del 1 de enero del año 2000 el relato fue leído una y otra vez por el entusiasmado joven. Pensó en publicar dicha obra, pero la realidad le estalló en la cara cuando se dio cuenta que no contaba con el dinero suficiente para poder publicar dicho relato.
El hecho de no poder publicar su obra le creó una sensación de ansiedad y frustración. La falta de dinero, como en muchos aspectos de su vida, limitaron su capacidad de acción. El joven aprendiz de escritor sintió que un muro gigantesco se había levantado delante de él impidiéndole cumplir su sueño de ser escritor. El relato finalmente terminó, ese mismo día, archivado en una caja de zapatos junto a otros relatos que guardaba en su departamento.
Su sueño de ser escritor, conforme pasaban los meses, comenzó a apagarse poco a poco. Comenzó a pasar mayor tiempo encerrado en su departamento y sentado frente a un televisor. Se volvió adicto a los programas televisivos que mostraban noticias horrendas como: accidentes de toda índole, pobreza, asesinatos, violaciones, guerras, etc.
Cayó en una profunda depresión y comenzó a tomar pastillas para dormir. Comenzó a tener pesadillas acerca de su padre, donde este aparecía clavándole un puñal en la espalda mientras le decía que era un profesional fracasado, algo que sentía que no distaba mucho de la realidad.
Miguel sentía que había defraudado a sus padres al no seguir sus estudios en la universidad. Muchas veces, en medio de la obscuridad de la noche, despertaba con un sudor frío recorriendo su rostro. Luego se sentaba en un rincón de su habitación mientras se cuestionaba acerca de la idea de seguir escribiendo; pensaba que no valía la pena luchar por un sueño que tal vez nunca se realizaría : ser escritor.
Durante largo tiempo perdió todo contacto con el exterior, incluyendo cualquier tipo de comunicación por teléfono; el contestador automático llegó a saturarse con las llamadas telefónicas de sus padres. Había renunciado a su trabajo y también había perdido contacto consigo mismo; no entendía cual era el significado de su vida.
Una madrugada se levantó como un zombi y caminó lentamente al baño en busca de un fuerte analgésico. Se miró al espejo y vio a un hombre que desconocía por completo; tenía una barba tupida y gris, algunas canas en su cabello y una cara muy demacrada. Además vestía un pijama roto y salpicado de manchas de comida.
-¿Quien eres?- le preguntó al rostro reflejado en el espejo.
La respuesta no llegó, la razón se convirtió en locura y él estalló de ira. Luego, con un fuerte golpe de puño, rompió el espejo del baño. Cientos de pedazos cayeron al suelo junto con la sangre que brotaba profusamente de su mano derecha.
Permaneció de pie e inmóvil mientras observaba en el suelo su reflejo fragmentado y salpicado de sangre. De pronto un sonido desagradable lo sacó de su trance; el timbre del 101, su departamento, sonaba con insistencia. Pensó que tal vez era su padre, quien probablemente a estas alturas ya se había enterado de cual era el destino del dinero que le depositaba en el banco.
Inhalo y exhalo el olor a humedad que se había impregnado en las paredes del baño. Rápidamente, con cierto nerviosismo, se lavó las manos y la cara. Se dirigió lentamente hacia la puerta y grande fue su sorpresa al abrirla; frente a él estaba aquella mujer que amaba en silencio. Deseó en ese instante que la tierra lo tragase, pero era imposible dar marcha atrás.
Ahí estaba él con una facha horrenda; mezcla de pordiosero, loco y drogadicto. A pesar del aspecto que tenía, ella no mostró sobresalto alguno.
-Feliz cumpleaños, amigo- dijo ella, con mucha serenidad.
Esta frase lo dejo helado. El había olvidado que día era, pero aquella enigmática y hermosa mujer le había recordado la fecha más importante de su vida. Se sintió en las nubes al escuchar de su boca la palabra……amigo; una palabra que hacía mucho tiempo no escuchaba.
Ahí estaba ella, parada frente a él, luciendo una blusa rosada con flores estampadas y acompañada de un seductor escote que dejaba ver levemente las bellas formas de sus pechos. Además unas esculturales piernas eran reveladas gracias a una cortísima falda translúcida de color blanco.
La hermosura, de la joven e inesperada visita, contrastaba con el sombrío departamento del anfitrión. El departamento parecía que había sido sacudido por un terremoto o devastado por un huracán. El piso de la sala y comedor estaba saturado de revistas, libros y periódicos. La ropa sucia “adornaba” cada rincón de su habitación y baño; una media por aquí, un calzoncillo por allá, etc. Y la cocina era un muladar donde los platos sucios, colocados uno encima de otro dentro de un lavadero, servían de guarida de cucarachas.
Miguel sentía asco de si mismo y del lugar tan horrendo en el que se había convertido su domicilio. Al mirar ese lugar, casi en tinieblas y desaseado, sentía vergüenza de si mismo como si el departamento fuera el reflejo de lo que el era interiormente en ese momento de su vida.
-Estas en tu casa- le dijo, mientras hizo un ademán con la mano para que ella
entrara a su departamento. Luego se arrepintió de haberle dicho eso.
-¿Estás en tu casa? ¿Quien querría tener por casa un chiquero como este?- se dijo él en silencio.
Ambos, muy cerca uno del otro, se sentaron en un viejo y polvoriento sofá que era iluminado solamente por una luz blanca que salía tímidamente del baño.
-Disculpa que no te haya traído un regalo- dijo ella.
-¿Quién es esta bella mujer?- pensó.
De pronto la confundida mente de Miguel comenzó a aclararse al observar un pequeño cuadro situado delante de él y colocado encima de su vieja mesita de centro. Dicho cuadro encerraba una fotografía casi olvidada, en la cual aparecía él luciendo un horrible y plomizo uniforme escolar. En la fotografía aparecía acompañado de sus amigos del colegio “San José”; era la típica foto de promoción que te obligaban a tomar junto a tus compañeros de clase y profesores, sin excluir por supuesto al antipático director del colegio.
Miguel recordó que la fotografía fue tomada una semana antes de terminar sus estudios de secundaria en el colegio. En esa imagen aparecía rodeado de chicos y chicas adolescentes; entre los cuales identificó el rostro de María: una quinceañera con frenillos sujetos a sus blanquecinos dientes, tenía cabello lacio negro que se mostraba a manera de dos trenzas disparejas. Además tenía unos bellos ojos café escondidos detrás de unos lentes de gran grosor. “La chilindrina” era su apodo en aquel entonces. Él regordete y sonriente adolescente de la foto, situado a la derecha de María, era él.
-Que chistosa fotografía- dijo ella, mientras cogía el cuadro con sus delicadas manos.
-¿Cuál era el apodo que me pusiste?- preguntó ella.
-No recuerdo- dijo él con voz nerviosa y entrecortada
La inseguridad, miedo e incertidumbre, sensaciones que lo habían acompañado durante meses se fueron disipando. La timidez de Miguel se fue alejando y las palabras fluyeron libremente dando paso a una conversación muy amena. Ambos rieron, e inclusive lloraron de alegría, al recordar sucesos que habían vivido juntos y que creían haber olvidado.
Le costaba salir de su asombro al observar que esa chica tímida y nada atractiva del colegio se había convertido en la mujer tan hermosa y divertida que estaba a su lado. La mujer que veía como inalcanzable desde el piso 15 ahora estaba mas cerca de lo que nunca imaginó.
Ella, en medio de la conversación, se levantó del sofá e hizo algo inesperado. María corrió con violencia las cortinas que habían permanecido cerradas por varios meses. Los primeros rayos solares como lanzas de luz atravesaron las ventanas. Y el departamento se fue transformando en una especie de templo de adoración al astro rey. Cada rincón que había permanecido en penumbras se fue iluminando poco a poco.
El cuerpo y alma de Miguel comenzaron a contagiarse de la energía de un sol que no había visto durante muchísimo tiempo.
El viejo reloj de madera, que colgaba de la pared, fue alcanzado por la luz y reveló la hora exacta. Eran las 6:00 am y el tiempo de la visita había llegado a su fin. Un tímido beso en la mejilla, del embelesado joven, selló la despedida.
Mientras se alejaba del departamento, ella volteó lentamente y logró observar sobre su hombro derecho como una sonrisa de oreja a oreja se dibujaba en el rostro de su anfitrión. Miguel estaba muy feliz y sentía que había encontrado a la mujer de sus sueños.
Ese mismo día con un rostro totalmente cambiado, afeitado y limpio, subió a la azotea a la hora de siempre con el último relato que había escrito y guardado meses atrás en una vieja caja de zapatos. Sentado en su silla de mimbre pasó minutos, horas, días, semanas y meses corrigiendo algunas comas, tildes; agregando algunos párrafos y recortando otros. Con el transcurrir del tiempo, el relato se fue convirtiendo en novela.
Durante este tiempo de creatividad María estuvo junto a él, ya sea visitándolo por las noches en su departamento o acompañándolo en la azotea a plena luz del día. Ella se convirtió en una mágica y luminosa influencia en la vida y obra de este novel escritor. Y prueba de ello es que en la tercera página de su primera novela publicada se lee una dedicatoria que dice así:
“A María, mi dulce esposa. Mi hermosa chilindrina”.
Gabriel García Márquez - Escritor colombiano y premio nobel de Literatura
Miguel, a los 18 años de edad, descubrió que relatar historias era algo que le daba una gran satisfacción emocional. La universidad, una bodega, una pollería, inclusive un cementerio, entre otros lugares, se convirtieron en el escenario perfecto para cautivar a sus oyentes: familiares o amigos. Sus relatos hablados siempre esparcían la confusión en el ambiente; ¿era verdad o mentira lo que relató? Esa era la pregunta que siempre se hacían quienes lo escuchaban con una hipnótica atención. Y esta mezcla de suspenso y duda que producían sus relatos le fascinaba sobremanera.
A los 23 años de edad, cansado de estudiar una carrera que había “elegido” por obligación de sus padres, abandonó sus estudios universitarios dos años después de haber ingresado a la facultad de derecho. Era un buen alumno, con excelentes notas, pero sentía que la universidad no era lo suyo.
Poco tiempo después de abandonar la universidad encontró un trabajo. Algunos meses mas tarde abandonó su hogar y se mudó a un pequeño departamento, que no era gran cosa, pero en realidad era el lugar ideal y apacible que necesitaba para alejarse de las fuertes discusiones que tenían sus padres dentro y fuera de casa.
Su padre, quien aún creía que Miguel estudiaba en la universidad, le depositaba mensualmente dinero en el banco para financiarle sus supuestos estudios universitarios. Lo que no sabía su padre era que ese dinero era destinado a costear el alquiler del departamento de su hijo.
El departamento, ubicado en el primer piso de un vetusto edificio plomizo, era el lugar donde pasaba el tiempo escuchando música rock y leyendo libros de escritores famosos, principalmente novelistas. Aunque la actividad que más disfrutaba era escribir.
Cada vez que terminaba su trabajo diario como asistente administrativo en el área de documentación clasificada para reparto, es decir, cuando terminaba su jornada laboral como mensajero, caminaba rápidamente en dirección a su departamento, mirando cada 2 minutos su viejo reloj de pulsera, como si el tiempo fuera su peor enemigo. Su rutina diaria al llegar al edificio era subir lentamente las escaleras que lo conducían a la solitaria azotea ubicada en el piso 15. Sus compañeros infaltables eran unos enormes y potentes binoculares que colgaban de su cuello, además de una pequeña libreta amarilla y una grabadora reportera.
Una vez posicionado en la azotea, su recinto de inspiración literaria como solía llamarle, se sentaba en una vieja silla de mimbre desde donde observaba través de sus binoculares a una bulliciosa y caótica ciudad que deambulaba bajos sus pies. Su proceso creativo siempre empezaba al mediodía justo en el momento que prendía la grabadora para grabar el ruido distante de la calle.
Miguel le dedicaba muchísimo tiempo y esmero al arte de escribir. A pesar de esto no se consideraba un escritor y mucho menos un artista. Miguel solo se veía a si mismo como un loco aventurero que se había sumergido en el satisfactorio y embriagador mundo de las palabras.
Como poseído por una mano invisible, desde lo más alto del edificio, tomaba nota de todo lo que veía; apuntaba datos curiosos: desde el movimiento errático de la gente hasta los autos que transitaban velozmente por la avenida. Entre sus apuntes nunca faltaban personajes como: un policía coimero que detenía vehículos con el fin de quitarles plata a incautos choferes, un loco al que le faltaba una pierna que gritaba tonterías acerca del fin del mundo, una pareja de enamorados peleándose a mitad de la calle, un heladero en su triciclo que tocaba su trompetita o una señora con un bebé que no era suyo, al cual arrullaba entre sus brazos mientras pedía limosna para curar a su “hijo” enfermo.
Entre las pocas personas que veía salir del edificio siempre observaba con gran admiración a una hermosa joven. El sabía que ella vivía en el departamento 102 a pocos pasos del suyo. Era una joven de 24 años, 1.65cm de estatura, de ojos color café, cabello castaño, tez blanca, labios provocadores y un cuerpo de infarto, que muchas mujeres envidiarían.
Todos los días al mediodía la veía salir presurosa del edificio, sin rumbo conocido, perdiéndose en medio de los bocinazos de los autos y el bullicio de la gente. Se sentía fascinado no solo por su belleza evidente, sino también porque creía haberla visto años atrás. Sin embargo, no recordaba donde, ni cuando la había visto por primera vez.
En más de una ocasión intentó hablar con ella, sin embargo, su timidez lo paralizaba poco antes que su dedo tocara el timbre del departamento 102. Deseaba preguntarle cientos de cosas: empezando por su nombre y el lugar a donde se dirigía siempre con tanta prisa. Irónicamente, el lugar donde empezó a sentirla mas cerca era la azotea. Desde ahí le hablaba en voz baja mientras la observaba a través de sus binoculares; siempre le preguntaba quien era y a donde iba, pero como era lógico de esperarse siempre hallaba el silencio como respuesta.
Otro lugar donde la sentía cerca era en sus sueños. Había un sueño recurrente que tenía; era acerca de una boda donde ella siempre aparecía vestida con un hermoso traje de novia. Aquella mujer aparecía de pie frente al altar de una iglesia y flanqueada además por coloridos vitrales de arcángeles y unas cuantas imágenes de yeso. Su rostro estaba sutilmente cubierto con un velo blanco y translucido que dejaba ver una mirada apagada y llena de resignación, como si la boda fuera un sacrificio y no un compromiso espiritual de por vida entre dos personas que se aman. En contradicción a tal imagen, al lado de la novia, aparecía un novio elegantemente vestido que mostraba orgulloso una sonrisa de oreja a oreja.
Aquel sueño le sirvió de inspiración. Y esto se hizo evidente cuando un día de verano al mediodía, bajo la inclemencia de un sol sofocante, comenzó a escribir compulsivamente en el piso 15. Empezó a escribir al mediodía y terminó poco antes de la medianoche; las fuerzas lo abandonaron y finalmente se quedó profundamente dormido en el áspero y sucio suelo de cemento.
Al día siguiente despertó y se percató que tenía entre sus brazos unas hojas de papel; estaba echado en el suelo y abrazado a ellas como cuando un niño se abraza a un muñeco de peluche para poder dormir. Miró a su alrededor y recordó que, mientras dormía, había escuchado fuertes explosiones lejanas. Además sintió un fuerte olor a pólvora que había enrarecido el aire.
Conforme los primeros rayos solares de la mañana alumbraban su aún aletargado cuerpo, se fue librando de la confusión y pereza. Ordenó sus pensamientos y su mente le dijo que un año nuevo había llegado. Las explosiones que había escuchado eran los fuegos artificiales anunciando la llegada del año 2000.
En sus manos tenía 10 hojas de papel que describían un relato acerca de una enigmática mujer que se adentraba en los sueños de un joven escritor. Aquella mañana del 1 de enero del año 2000 el relato fue leído una y otra vez por el entusiasmado joven. Pensó en publicar dicha obra, pero la realidad le estalló en la cara cuando se dio cuenta que no contaba con el dinero suficiente para poder publicar dicho relato.
El hecho de no poder publicar su obra le creó una sensación de ansiedad y frustración. La falta de dinero, como en muchos aspectos de su vida, limitaron su capacidad de acción. El joven aprendiz de escritor sintió que un muro gigantesco se había levantado delante de él impidiéndole cumplir su sueño de ser escritor. El relato finalmente terminó, ese mismo día, archivado en una caja de zapatos junto a otros relatos que guardaba en su departamento.
Su sueño de ser escritor, conforme pasaban los meses, comenzó a apagarse poco a poco. Comenzó a pasar mayor tiempo encerrado en su departamento y sentado frente a un televisor. Se volvió adicto a los programas televisivos que mostraban noticias horrendas como: accidentes de toda índole, pobreza, asesinatos, violaciones, guerras, etc.
Cayó en una profunda depresión y comenzó a tomar pastillas para dormir. Comenzó a tener pesadillas acerca de su padre, donde este aparecía clavándole un puñal en la espalda mientras le decía que era un profesional fracasado, algo que sentía que no distaba mucho de la realidad.
Miguel sentía que había defraudado a sus padres al no seguir sus estudios en la universidad. Muchas veces, en medio de la obscuridad de la noche, despertaba con un sudor frío recorriendo su rostro. Luego se sentaba en un rincón de su habitación mientras se cuestionaba acerca de la idea de seguir escribiendo; pensaba que no valía la pena luchar por un sueño que tal vez nunca se realizaría : ser escritor.
Durante largo tiempo perdió todo contacto con el exterior, incluyendo cualquier tipo de comunicación por teléfono; el contestador automático llegó a saturarse con las llamadas telefónicas de sus padres. Había renunciado a su trabajo y también había perdido contacto consigo mismo; no entendía cual era el significado de su vida.
Una madrugada se levantó como un zombi y caminó lentamente al baño en busca de un fuerte analgésico. Se miró al espejo y vio a un hombre que desconocía por completo; tenía una barba tupida y gris, algunas canas en su cabello y una cara muy demacrada. Además vestía un pijama roto y salpicado de manchas de comida.
-¿Quien eres?- le preguntó al rostro reflejado en el espejo.
La respuesta no llegó, la razón se convirtió en locura y él estalló de ira. Luego, con un fuerte golpe de puño, rompió el espejo del baño. Cientos de pedazos cayeron al suelo junto con la sangre que brotaba profusamente de su mano derecha.
Permaneció de pie e inmóvil mientras observaba en el suelo su reflejo fragmentado y salpicado de sangre. De pronto un sonido desagradable lo sacó de su trance; el timbre del 101, su departamento, sonaba con insistencia. Pensó que tal vez era su padre, quien probablemente a estas alturas ya se había enterado de cual era el destino del dinero que le depositaba en el banco.
Inhalo y exhalo el olor a humedad que se había impregnado en las paredes del baño. Rápidamente, con cierto nerviosismo, se lavó las manos y la cara. Se dirigió lentamente hacia la puerta y grande fue su sorpresa al abrirla; frente a él estaba aquella mujer que amaba en silencio. Deseó en ese instante que la tierra lo tragase, pero era imposible dar marcha atrás.
Ahí estaba él con una facha horrenda; mezcla de pordiosero, loco y drogadicto. A pesar del aspecto que tenía, ella no mostró sobresalto alguno.
-Feliz cumpleaños, amigo- dijo ella, con mucha serenidad.
Esta frase lo dejo helado. El había olvidado que día era, pero aquella enigmática y hermosa mujer le había recordado la fecha más importante de su vida. Se sintió en las nubes al escuchar de su boca la palabra……amigo; una palabra que hacía mucho tiempo no escuchaba.
Ahí estaba ella, parada frente a él, luciendo una blusa rosada con flores estampadas y acompañada de un seductor escote que dejaba ver levemente las bellas formas de sus pechos. Además unas esculturales piernas eran reveladas gracias a una cortísima falda translúcida de color blanco.
La hermosura, de la joven e inesperada visita, contrastaba con el sombrío departamento del anfitrión. El departamento parecía que había sido sacudido por un terremoto o devastado por un huracán. El piso de la sala y comedor estaba saturado de revistas, libros y periódicos. La ropa sucia “adornaba” cada rincón de su habitación y baño; una media por aquí, un calzoncillo por allá, etc. Y la cocina era un muladar donde los platos sucios, colocados uno encima de otro dentro de un lavadero, servían de guarida de cucarachas.
Miguel sentía asco de si mismo y del lugar tan horrendo en el que se había convertido su domicilio. Al mirar ese lugar, casi en tinieblas y desaseado, sentía vergüenza de si mismo como si el departamento fuera el reflejo de lo que el era interiormente en ese momento de su vida.
-Estas en tu casa- le dijo, mientras hizo un ademán con la mano para que ella
entrara a su departamento. Luego se arrepintió de haberle dicho eso.
-¿Estás en tu casa? ¿Quien querría tener por casa un chiquero como este?- se dijo él en silencio.
Ambos, muy cerca uno del otro, se sentaron en un viejo y polvoriento sofá que era iluminado solamente por una luz blanca que salía tímidamente del baño.
-Disculpa que no te haya traído un regalo- dijo ella.
-¿Quién es esta bella mujer?- pensó.
De pronto la confundida mente de Miguel comenzó a aclararse al observar un pequeño cuadro situado delante de él y colocado encima de su vieja mesita de centro. Dicho cuadro encerraba una fotografía casi olvidada, en la cual aparecía él luciendo un horrible y plomizo uniforme escolar. En la fotografía aparecía acompañado de sus amigos del colegio “San José”; era la típica foto de promoción que te obligaban a tomar junto a tus compañeros de clase y profesores, sin excluir por supuesto al antipático director del colegio.
Miguel recordó que la fotografía fue tomada una semana antes de terminar sus estudios de secundaria en el colegio. En esa imagen aparecía rodeado de chicos y chicas adolescentes; entre los cuales identificó el rostro de María: una quinceañera con frenillos sujetos a sus blanquecinos dientes, tenía cabello lacio negro que se mostraba a manera de dos trenzas disparejas. Además tenía unos bellos ojos café escondidos detrás de unos lentes de gran grosor. “La chilindrina” era su apodo en aquel entonces. Él regordete y sonriente adolescente de la foto, situado a la derecha de María, era él.
-Que chistosa fotografía- dijo ella, mientras cogía el cuadro con sus delicadas manos.
-¿Cuál era el apodo que me pusiste?- preguntó ella.
-No recuerdo- dijo él con voz nerviosa y entrecortada
La inseguridad, miedo e incertidumbre, sensaciones que lo habían acompañado durante meses se fueron disipando. La timidez de Miguel se fue alejando y las palabras fluyeron libremente dando paso a una conversación muy amena. Ambos rieron, e inclusive lloraron de alegría, al recordar sucesos que habían vivido juntos y que creían haber olvidado.
Le costaba salir de su asombro al observar que esa chica tímida y nada atractiva del colegio se había convertido en la mujer tan hermosa y divertida que estaba a su lado. La mujer que veía como inalcanzable desde el piso 15 ahora estaba mas cerca de lo que nunca imaginó.
Ella, en medio de la conversación, se levantó del sofá e hizo algo inesperado. María corrió con violencia las cortinas que habían permanecido cerradas por varios meses. Los primeros rayos solares como lanzas de luz atravesaron las ventanas. Y el departamento se fue transformando en una especie de templo de adoración al astro rey. Cada rincón que había permanecido en penumbras se fue iluminando poco a poco.
El cuerpo y alma de Miguel comenzaron a contagiarse de la energía de un sol que no había visto durante muchísimo tiempo.
El viejo reloj de madera, que colgaba de la pared, fue alcanzado por la luz y reveló la hora exacta. Eran las 6:00 am y el tiempo de la visita había llegado a su fin. Un tímido beso en la mejilla, del embelesado joven, selló la despedida.
Mientras se alejaba del departamento, ella volteó lentamente y logró observar sobre su hombro derecho como una sonrisa de oreja a oreja se dibujaba en el rostro de su anfitrión. Miguel estaba muy feliz y sentía que había encontrado a la mujer de sus sueños.
Ese mismo día con un rostro totalmente cambiado, afeitado y limpio, subió a la azotea a la hora de siempre con el último relato que había escrito y guardado meses atrás en una vieja caja de zapatos. Sentado en su silla de mimbre pasó minutos, horas, días, semanas y meses corrigiendo algunas comas, tildes; agregando algunos párrafos y recortando otros. Con el transcurrir del tiempo, el relato se fue convirtiendo en novela.
Durante este tiempo de creatividad María estuvo junto a él, ya sea visitándolo por las noches en su departamento o acompañándolo en la azotea a plena luz del día. Ella se convirtió en una mágica y luminosa influencia en la vida y obra de este novel escritor. Y prueba de ello es que en la tercera página de su primera novela publicada se lee una dedicatoria que dice así:
“A María, mi dulce esposa. Mi hermosa chilindrina”.
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