25 de octubre de 2010

Mi Jefa

El cerebro es un órgano maravilloso. Comienza a trabajar nada más levantarnos y no deja de funcionar hasta entrar en la oficina.
Robert Lee Frost (1874-1963) Poeta estadounidense.

Ella estaba sentada detrás de un viejo escritorio metálico. Hablaba de muchas cosas que yo no comprendía; un puñado de empleados oíamos acerca de los beneficios de trabajar en una entidad financiera de gran prestigio. Cuando terminó su breve discurso de capacitación, me acerqué a ella y le dije que no entendía algunos de los puntos que había tocado en su breve exposición. Por supuesto que mis preguntas no eran mas que un pretexto para escuchar una vez mas su seductora voz. Apenas pude concentrarme en la respuesta que me dio. Me bastó observar esos carnosos labios color carmesí, moviéndose al ritmo de las palabras, para sentirme extasiado. Desde aquel momento, por una misteriosa razón, me propuse conquistar su corazón. Ella tenía treinta años de edad y yo veinte, pero esto no me representaba un problema. Los mayores inconvenientes eran que: estaba casada y, además, era mi jefa.

La mañana siguiente llegué muy temprano a trabajar. Mi emoción por verla era tan grande que llegué puntual a mi centro de labores como nunca antes lo había hecho. Mi jefa estaba encerrada en su oficina. Y parecía ser una persona totalmente diferente a la que ví el día anterior. No era la mujer que había hablado con gran elocuencia a sus trabajadores, si no todo lo contrario; gritaba a aquellos que tenían la osadía de ingresar a su oficina. Deseaba atravesar esa infranqueable puerta, pero el miedo de caer en el mismo error, que habían cometido mis compañeros de trabajo, me hizo desistir.

Al salir de su pequeño recinto, me sorprendí cuando me dijo que quería desayunar conmigo. Yo solo me limité a asentir con la cabeza ante la repentina invitación. Mientras caminábamos a la pequeña cafetería situada a una cuadra del trabajo, el silencio permaneció presente entre los dos. No sé si ella se sentía incomoda por no decirme palabra alguna, pero yo me veía como un tonto por no poder hablarle.

Cuando llegamos a ese lugar, con intenso olor a pan con pollo y café, me hizo una propuesta que me dejo helado. Me dijo que iba a necesitar de alguien para que ocupara su puesto dentro de la empresa. Había pensado en mí como sustituto.

-¿Aceptas? –me dijo ella.

En aquel momento mi cuerpo se paralizó. Mis manos comenzaron a sudar. Además, sentía que un gran peso había caído súbitamente sobre mis hombros.; era una gran responsabilidad para alguien que llevaba solo un mes trabajando para la empresa. La inseguridad y confusión se apoderaron de mí. Debía pensar en una respuesta y esta llegó luego de tomar un sorbo de café y darle una mordida a mi pan.

-Sí, lo haré –le dije.

Al escuchar mi respuesta, ella me lanzó una sonrisa al mismo tiempo que se acariciaba su ensortijado cabello castaño. Aquel ser casi celestial, de quien me había enamorado desde que empecé a trabajar, me estaba otorgando la oportunidad de tener una mejor posición laboral. El entusiasmo del momento me llevó a un mundo de quimera. Sentía que mi corazón estaba a punto de salir de mi pecho al tiempo que mi mente fantaseaba con esa hermosa mujer. La oferta había pasado a segundo plano en mí desconcertada cabeza; en ella la veía completamente desnuda y tendida en la cama de mi departamento.

La realidad era que ella estaba ante mí, completamente vestida y con una mirada de felicidad dibujada en el rostro, mientras cubría de monedas la mano extendida del mozo. Ganas no me faltaban de decirle una cursi frase como: “Me gustas mucho, quisiera comerte a besos”. Felizmente, fui lo suficiente inteligente como para no soltar tremenda barrabasada en aquel instante. Tenía que tomarme mi tiempo y buscar el momento indicado para decirle lo que sentía. Aquello que llevaba anidado en mi corazón treinta días.

De camino al trabajo, yo permanecí detrás de ella como un perro guardián ante la atenta mirada de los hombres que veían su hermosa figura transitar. Ella solo se limitaba a sonreír ante los piropos que le lanzaban. Mis oídos tuvieron que soportar desde “mamacita que rica que estás” hasta frases que rozaban con lo ofensivo. Ella sabía lo que tenía, era una mujer bella, y entendía perfectamente la actitud de aquellas personas que la veían caminar de manera tan sugerente por la calle.

Cuando llegamos, me ofreció algo que estaba vetado para la mayoría de sus subordinados.

-Pasa Lucho y toma asiento –me dijo con voz acaramelada.

Ingresar a su oficina era un privilegio solo reservado para empleados de su entera confianza. En ese instante, cuando crucé la puerta prohibida, me preguntaba si yo era digno de recibir tan alta estima. En ese reducido pero elegante recinto, mis ojos comenzaron a recorrer rápidamente las paredes saturadas de fotos enmarcadas con mucho cuidado; los filos dorados de madera encerraban imágenes de señores, vestidos de terno y corbata, quienes sonreían junto a mi jefa en diferentes lugares reservados solo para gente adinerada. De repente, el timbre de su celular sonó y me alejó del trance.


-Disculpa, es mi esposo –me dijo, mientras contestaba la llamada.

Mientras yo permanecía ahí, sentado muy cerca de mi amor platónico, me convertí en testigo de una tranquila conversación que luego se convirtió en una acalorada discusión. Los insultos comenzaron a salir disparados de su boca, golpearon las cuatro paredes y me hacían retumbar los tímpanos. La voz acaramelada se había esfumado, como por arte de magia, y esta había sido reemplazada por una totalmente destemplada. Con ansias esperaba que colgara el teléfono pronto, pero los minutos pasaban y las palabrotas iban en aumento hasta que algo sucedió.

-Amor lo siento, estoy muy tensa. Perdóname, es el trabajo. –dijo ella, mientras se secaba las lágrimas de sus enormes y hermosos ojos verdes.

Pobre mujer, se le veía devastada emocionalmente mientras sollozaba y pedía perdón. ¿Perdón? Esa maldita palabra me destrozó el corazón y echó al drenaje cualquier posibilidad de conquistarla. La conversación que había empezado en una bronca que parecía llevar consigo la palabra “divorcio” se convirtió, de repente, en una reconciliación. Sus ojos, humedecidos por la rabia y tristeza, comenzaron a recuperar poco a poco el brillo de la alegría.

Un susurrante “Te quiero amor” selló la comunicación, y fue esta breve frase romántica que hizo que me levantara súbitamente de mi asiento y me diera media vuelta sin pronunciar palabra alguna. Abrí la puerta y la cerré con violencia tras de mí ante la atónita mirada de Yessica. Las esperanzas de conquistarla se han esfumado para siempre, pensé.

Media hora después de mí inmadura y celosa acción, caminando sin rumbo por una solitaria calle, observé un poste que sostenía en la parte superior un pequeño cartel que nombraba el lugar que pisaba.

-¿Urbanización Canadá? –pensé mientras me rascaba la cabeza con desesperación.

Mi memoria se iluminó y recordé rápidamente que su esposo trabajaba en Canadá. Dejé a un lado la razón y escuché a mi confundido corazón. Él estaba lejos de su amada y yo tan cerca de ella.

-Aún puedo declararme mi amor. ¡Es ahora o nunca! –dije en voz alta y con gran convicción en mis palabras.

-El tonto de su marido jamás se enterará de mis intenciones –pensé.

Una maquiavélica e involuntaria sonrisa se había dibujado en mi cara. Mis acelerados pasos me llevaron nuevamente al edificio de la empresa, subí y baje sus escaleras. Recorrí los cinco pisos llenos de oficinas, la busqué en la suya. Regresé a la cafetería donde habíamos desayunando. Pero todo fue en vano. El cansancio se había apoderado de mí. Entonces decidí esperarla donde la ví por última vez. Los minutos pasaban hasta convertirse en horas, y finalmente llegó la noche. El vigilante del edificio abrió la puerta, me vio recostado en la silla giratoria y, sin mostrar sorpresa alguna ante mi presencia, con voz tímida me dijo que ya era hora de cerrar.

-Dame la llave, yo voy a cerrar –le dije, con desgano.

-Ok –contestó, dejándome encima del escritorio el pesado llavero con las llaves de la oficina y de la entrada principal.

El tic tac del reloj de la pared me enfermaba, y yo seguía con la obsesión de verla una vez más y declararle mi amor. Mientras el tiempo seguía su lento transcurrir, comencé a revisar los cajones del escritorio. En uno de ellos pude ver una pequeña placa, de esas que se ponen en el pecho para identificar a los trabajadores, y en ella se leía claramente su nombre en letras negras sobre un fondo dorado: Yessica Santillán.

Debajo de la placa asomaba un sobre blanco y pequeño; estaba sellado y tenía como remitente a mi jefa. Saqué del interior la carta. Comencé a leer los primeros párrafos hasta el final. Me quedé sorprendido, no lo podía creer. Mis manos temblaban debido a la emoción. Lo que ahí estaba escrito era una confesión de amor… ¿hacia mí? No entendía como podía ser posible que ella me amara en silencio como yo a ella. Aquello era algo que mi cerebro trataba de asimilar, pero que le era difícil de interpretar. De repente el fuerte timbre del teléfono me hizo saltar de la silla.

-Aló –escuché decir a una voz femenina.

-Sra. Yessica. ¿Es usted?

-¿Luis, que mierda haces en mi oficina? –me respondió con evidente enojo.

Me quedé mudo unos minutos hasta que se me ocurrió decir lo primero que se me vino a la mente. A pesar de su reacción, decidí hablar.

-Yo también te amo –le respondí, con un delicado tono de voz, antes de colgar el teléfono.

Le había declarado mi amor a Yessica. Definitivamente estaba enamorado de ella. Sentía que mi corazón iba salirse de mi pecho. Los latidos se hacían intensos al igual que mis pensamientos.

El teléfono sonó con insistencia despertándome de mi letargo.

-Lucho, espérame en la oficina, no te muevas –dijo ella, con un tono mas colérico que en la anterior llamada.

Cerca de las ocho de la noche, ella irrumpió en la oficina. Yo estaba dando vueltas como un trompo en su silla giratoria. La felicidad se había apoderado de mí, pero esta desapareció en un segundo cuando ella me clavó una mirada rabiosa.

-¡Que mierda haces, imbécil! –gritó ella.

Su potente voz hizo que, a causa del susto, me cayera de la silla hacia la alfombra. Yo solo me limité a observarla horrorizado desde el suelo. Estaba paralizado por el asombro. No comprendía nada. Si ella me amaba como decía en su carta, entonces ¿Por qué reaccionaba así? me pregunté. Algo no encajaba en tan bochornosa situación que estaba viviendo.

-Yessica, estaba esperándote como dijiste –le dije con voz temblorosa.

-Oye infeliz, yo no sé que mosca te ha picado, pero yo no te he dado confianza para que me tutees o entres así en mi oficina. Además, ¿porque carajo me dijiste que me amabas?

-Jefa, pensé que usted me amaba. –le contesté, mientras me levantaba lentamente del suelo.

-¿De que hablas?

-De la carta, jefa.

-¿De que carta me hablas, imbécil? –me contestó con una rabia que iba incrementándose poco a poco.

Sus grandes ojos verdes, que antes me habían causado fascinación, me comenzaron a producir un pánico indescriptible. Aquella mujer, que estaba parada a pocos metros de mí, no era la misma que había sido tan amable conmigo por la mañana.

-¿De que carta me hablas? – me volvió a repetir, sin dejar de mirarme con el ceño fruncido.

-La que estaba en su escritorio.

-¿Has revisado mi escritorio?

-Sí, jefa

-Aaah esa carta. Imbécil, es una carta de amor que le escribí a mi esposo hace dos años atrás, la cuál nunca envié.

Al observar nuevamente el sobre, que permanecía inmóvil encima de aquel mueble metálico, mi mente comenzó a trabajar a mil por hora. Y finalmente me percaté de mi metida de pata. En aquel instante desee que la tierra me tragase. Que tonto me sentí. Mi cabeza caliente no me había permitido pensar con claridad. El desastre ya estaba hecho y no había manera de que yo pudiera remediarlo. Todo había sido mi culpa. Como único consuelo es que no me fui solo de aquel trabajo al día siguiente de lo acontecido; mi buen “amigo”, el vigilante, paso a pertenecer a las filas de desempleados también.

A seis meses de lo acontecido me pregunto:
¿Cómo pude ser tan imbécil y olvidarme que el esposo de mi jefa había sido bautizado con el mismo primer nombre y apellido paterno que el mío? ¡Vaya miserable coincidencia!

22 de octubre de 2010

Día 13

Tú que estas leyendo este texto tal vez no me recuerdes, pero yo siempre te recuerdo. Muchos sentimientos me motivan a enviarte esta carta. En realidad estoy buscando que alguien me ayude, de alguna manera, para poder salvar mi alma de las brasas del infierno. De solo pensar que tal vez pasaré el resto de la eternidad sufriendo en el fuego eterno siento escalofríos, aunque suene irónico en este momento.

Tú que me estas leyendo, espero sepas prestar atención a lo que estoy a punto de confesar en esta carta. A pesar que me resulta extraño hacer una confesión de algo horrible que me quieren obligar a hacer, el remordimiento se extingue poco a poco mientras sigo escribiendo este mensaje de confesión sincera.

Mi nombre tu no lo recuerdas pero yo si sé cuál es el tuyo. Mi nombre no es tan importante a pesar que muchas personas me llaman con diferentes nombres, pero todos ellos son solo adjetivos para mí.

No quiero andar con rodeos, así que empezaré a relatarte lo que me sucedió. Mi relato comienza el día de ayer cuando fui al cementerio a visitar a unos familiares y amigos (quienes están sepultados ahí). Mal día creo que escogí para salir a caminar rumbo a ese hermoso lugar donde los cuerpos reposan y las almas vigilan sus propias tumbas.

La mañana lucía espléndida: gris y húmeda como me gusta. Pocas personas habían llegado a visitar a sus difuntos, lo cual para mi era excelente debido a que detesto cuando hay demasiada gente cerca de mí. Tal vez sea por timidez, pero no me gusta que la gente se me acerque demasiado cuando estoy ocupado visitando a los muertos.

Detesto la palabra “muertos”, pero es difícil evitar escuchar o nombrar esa palabra cuando estas rodeado de ellos; prefiero decir la palabra “amigos”, pero también me gusta la palabra “familiares”. Mis amigos y familiares ocupan una gran extensión de tierra de aquel hermoso jardín; él cual esta lleno de lápidas cuidadosamente adornadas de flores naturales y algunos arboles frutales. Ayer, una lápida diferente a las demás llamó mi atención; en el mármol blanco (muy bien esculpido) no había inscripción alguna que delatará el nombre de la persona que estaba enterrada ahí debajo de la lápida anónima.

El césped que rodeaba la lápida estaba muy seco, esto era extraño debido a que la mañana se presentó con bastante humedad en el ambiente; encima de la tumba sin nombre no había flor alguna que adornara la última morada de un “amigo” desconocido. Mi enorme curiosidad, por saber a quien pertenecía aquella tumba, hizo que me dirigiera a la oficina administrativa del cementerio; entré en silencio y comencé a buscar, en los archivadores de la oficina, alguna información que me ayudara a revelar el secreto de la tumba anónima.

-¿Por qué la lápida de mármol, que adorna la tumba, no tiene nombre?-me preguntaba en silencio.

Después de varios minutos de búsqueda obsesiva, pude encontrar un documento que revelaba la fecha y el lugar donde había sido colocada esa lápida, pero no había nombre que revelara la identidad de la persona ahí enterrada. El documento solo describía el nombre del espacio donde estaba enterrada esa supuesta persona sin nombre; el documento decía: “A las 6am del 12 de Mayo de 1981 fue colocada una lápida de mármol en este cementerio (Cementerio “San Miguel”); hasta el momento no se ha logrado identificar a que persona fallecida corresponde”

Un dato adicional, de aquel documento, me llamó la atención; en este se nombraba también el nombre del taller donde había sido esculpida la lápida de mármol. El nombre del taller era extraño, se llamaba “Pena Estéril”. El taller estaba en una calle cercana al cementerio, así que solo necesité caminar 5 minutos hasta llegar a aquel taller.

La calle tenía un aspecto que hacía muy obvia su antigüedad. La calle era muy estrecha y la pista que la atravesaba era de piedra; las casas estaban echas de adobe y estaban adornadas de balcones virreinales. Muchas de esas casas estaban deterioradas por el paso del tiempo, pero a pesar de ello aún conservaban cierta hermosura arquitectónica.

El taller era una casa de color plomizo que contrastaba con el color de la puerta de madera, la cual era de color rojo sangre. Aparentemente esta antigua casa, de aproximadamente 500 años de antigüedad, había sido remodelada de una manera grotesca.

El taller tenía un cartel de madera que tenía escrito su nombre: “Pena Estéril”. Las letras del cartel parecían haber sido escritas con un soplete. Además el cartel estaba sostenido por un viejo poste oxidado, de unos 3 metros de altura, el cual parecía estar a punto de caerse debido a la excesiva corrosión que presentaba. Tan viejo era el cartel y el poste como lo era la puerta que me separaba del interior del taller.

Una vez situado frente a la puerta: toque tres veces con el puño esa madera apolillada, pero solo escuchaba el eco que se filtraba al interior del taller debido a la intensidad de mis golpes. Golpee tres veces mas la puerta y ahora con mayor intensidad, pero la respuesta fue nula desde el interior.

Estaba cansado de esperar que alguien saliera a atenderme; así que decidí dar media vuelta para abandonar mi labor de investigador de tumbas. Pero de repente, cuando estaba a punto de irme, una voz proveniente del interior del taller me llamó.

-No se vaya, lo he estado esperando- dijo la voz con un tono muy grave

Me llamó la atención esa voz porque me parecía haberla escuchado en otro lugar, pero no recordaba donde, ni cuando la escuché. Mi curiosidad hizo que ingresara sin titubear a aquel recinto lúgubre; el lugar estaba lleno de seres extraños hechos de mármol negro. A pesar que ya estaba acostumbrado a ver esculturas de animales y humanos, este lugar me llamó la atención debido a la perfección que existía en el detalle de dichas esculturas; además cabe señalar que muchos de los animales ahí presentes eran seres mitológicos, entre los que resaltaban los siguientes: EL Kraken (animal misterioso y gigantesco, con forma de pulpo), El Ave Fénix (un ave mitológica del tamaño de un águila de fuerte pico y garras), El Grifo (criatura cuya parte superior es la de un águila gigante y la parte inferior es la de un león), EL Centauro (ser con el torso y la cabeza de humano y el cuerpo de caballo) y dragones( reptiles gigantes y alados).

Un dato peculiar con respecto a las esculturas es que cada una de ellas, sin excepción, estaba repetida con exactitud de detalle en 6 oportunidades. Sí, aunque suene extraño cada ser mitológico estaba esculpido y expuesto ante mis ojos en 6 oportunidades. Este dato tal vez hubiera pasado desapercibido por otra persona, pero el hecho que las imágenes se repitieran en 6 oportunidades era un mensaje oculto, al menos así lo sentía yo. El mensaje fue descifrado inmediatamente cuando logre visualizar a la persona que me había llamado desde el interior del taller. Aquel recinto no era un taller, era la guarida de un ser despreciable con apariencia de anciano.

-Viejo amigo, veo que tu memoria aún es buena. Tus ojos de espanto me dicen que recuerdas quien soy- dijo con tono sarcástico, el anciano.

-Tu no eres mi amigo, aunque si recuerde ese rostro y los muchos otros tras los cuales te escondes- le respondí.

De repente las puertas del taller se cerraron rápidamente detrás de mí y un olor a azufre invadió todo el lugar. Las esculturas comenzaron a cobrar vida y comenzaron a mover lentamente sus cabezas, dirigiendo a la vez una mirada llena de ira hacia mí.

-Sabes que tus criaturas no pueden hacerme daño-le dije.

-Tan seguro como siempre, mi querido amigo. Pero no te preocupes, no pienso hacerte daño todavía- me respondió el anciano, con el mismo tono burlón.

El taller solo estaba iluminado por una tenue luz solar que atravesaba unos pequeños agujeros en el techo de madera, pero esa luz parecía que iba a extinguirse pronto. Miré a todos lados dentro del taller, en cada rincón busqué una salida, pero era obvio que la única salida estaba a mis espaldas, es decir, la puerta por donde había ingresado a aquella maloliente guarida.

El anciano, de estatura media, en apariencia era humano, y digo solo en apariencia porque en realidad de humano tenía muy poco, pero tenía mucho de animal salvaje. Sus dientes no eran humanos, en realidad eran colmillos muy bien afilados como los de un cocodrilo; las uñas de sus manos eran muy largas, tan largas como las garras de un águila; en vez de pies poseía pezuñas de cabra; su cara de anciano estaba llena de llagas y el pelo que cubría ese rostro era de color plomizo. La vestimenta que llevaba era un manto de color rojo desteñido, el cual estaba roto y sucio en casi su totalidad.

La apariencia de aquel “anciano” no me amedrentaba, pero si me resultaba repugnante el olor que desprendía de su cuerpo. El olor a azufre, que desprendía su cuerpo, era muy intenso y en todo momento intentaba disimular su olor pensando en algún olor agradable, como el de rosas recién cortadas.

-Me extraña que no hayas descifrado el anagrama (Palabra o sentencia que resulta de la transposición de letras; por ejemplo: amor, Roma, o viceversa.) que coloqué para ti en el cartel de mi taller.

-¿Pena Estéril?- respondí.

-La verdad es que me gusta jugar, como tú sabes, con la palabra. ¿Acaso no recuerdas que otros han jugado este mismo juego llamado Anagrama? Tal vez recuerdes la leyenda de mi amigo Pilatos y de mi enemigo Jesús. En esta leyenda se cuenta que Pilatos preguntó a Jesús ¿QUID EST VERITAS? (¿Qué es la verdad?), este (Jesucristo) le contestó por medio una anagrama: EST VIR QUI ADEST (Es el hombre que tienes delante).

-¡Claro! Que tonto fui al no darme cuenta que el anagrama del cartel (Pena Estéril) significa “La Serpiente”. Tu anagrama es un juego retorcido de letras en el cual escondes uno de tus tantos nombres.

-Amigo mío puedes llamarme de la manera que más te apetezca: Belcebú, Luzbel, Lucifer o Satanás. El nombre es lo de menos en este momento.

-¡Ve directo al punto, Maldita Serpiente!- le respondí con enojo.

Mientras la conversación entre los dos se prolongaba, la obscuridad iba reemplazando a la luz tenue que atravesaba el techo del “taller”. Si la luz se extinguía, antes de encontrar una salida, entonces La Serpiente estaría en ventaja de poder atacarme, pero aquella no era mi mayor preocupación; si se desataba la ira de Satanás, en aquel lugar tan reducido, mucha gente inocente que tuviera un hogar cerca saldría afectado.

-En este momento, amigo mío, tal vez estés pensando en escapar de aquí para poder salvar a gente inocente que podría yo dañar, pero este día no es necesario que te preocupes, en vano, por la vida de los seres humanos. Hoy me muestro ante ti y todo el mundo como un ser misericordioso.

Mientras decía esto, Satanás iba adoptando la posición de Cristo en la Cruz (los brazos extendidos y la cabeza echada de lado) mostrando de esta manera una evidente burla al Hijo de Dios. El sarcasmo de Satanás siempre ha sido una de sus tantas maneras perversas de expresarse, y aquel día hizo gala de su malévola capacidad histriónica.

-La razón por la que te he atraído hasta este lugar, casi obscuro, es para darte la oportunidad de llenar tu vida de luz.

-Guarda tus comentarios para el que no te conoce, serpiente. Lo que hay dentro de ti es solo obscuridad total y eso es lo único que puedes ofrecerme. ¿Qué quieres de mí?- respondí con mas ira que antes.

-Amigo mío, no toleras bromas. Que lástima, pero si quieres que te diga la verdad de porque te he atraído hacia mí, te la diré sin rodeos.

-De una buena vez dime que es lo que quieres- le respondí

Satanás me miró con una sonrisa maquiavélica mientras entregaba en mis manos un sobre de color rojo, el cual había hecho aparecer de la nada como por arte de magia.

El sobre era de un rojo muy llamativo y tenía un sello de cera situado en la parte posterior; el sello era también de un rojo muy llamativo e intenso y mostraba la figura de una calavera encerrada en un círculo.

Al abrir el sobre, dentro de él encontré una carta escrita de puño y letra del mismo Satanás. No es necesario explicarte como sabía que era su letra la que estaba impresa en la carta; debes creerme, por favor, cuando te digo que la carta había sido escrita por la mano del mismo Satanás.

A pesar de la poca visibilidad del lugar, pude leer lo que ahí estaba escrito. El mensaje de la carta era algo horrible, era una petición dirigida hacia mí. La petición era que debía cometer un asesinato. La potencial víctima era un hombre al que le tenía mucho afecto.

-¿Como eres capaz de pedirme que haga semejante abominación que esta descrita en esta carta?-le increpé; y al decir esto, arroje inmediatamente la carta a los pies (pezuñas) de Satanás.

-Tu curiosidad es grande, y sé que el motivo por el cual estas aquí es porque deseas saber a quien pertenece esa tumba que no tiene nombre en su lápida. Pues te diré la verdad: Esa lápida de mármol blanco, la cual yo mismo cree, señala el lugar exacto donde están enterradas todas las almas que han ido a mi hogar, al cual muchos llaman con el nombre de “Infierno”, aunque yo prefiero llamarlo : Mi tibio hogar de esparcimiento.

-Aún no entiendo que tiene que ver tu hogar conmigo- le respondí con una gran incertidumbre.

-Me extraña que a pesar de la cantidad de años de conocimiento que llevas acumulados en tu mente, acerca del tema de la morada de los olvidados (infierno), no sepas la razón de porque quiero que hagas algo por mí y por aquellos que están enterrados en vida sufriendo eternamente. En fin, solo asesinando a la persona que se menciona en esa carta, todas las demás personas que han permanecido siglos en mi hogar serán libres de ir al cielo o a donde mejor les parezca a pasar su patética inmortalidad.

-¿Me pides que maté a un hombre para salvar a todas la almas del infierno?; ¡Estas demente!

-Gracias por el elogio, amigo, pero no es lo único que deseo de ti. Esa carta es un contrato. Lee bien al final de la carta, en las letras pequeñas.

Antes de poder comenzar a leer esas minúsculas letras al final de la carta, la luz al interior del taller se extinguió. La obscuridad se apoderó del lugar y lo único que recuerdo es que recibí un fuerte golpe en la cabeza que hizo que cayera al suelo.

Pocos segundos antes de perder el conocimiento, antes que mi cabeza chocara contra el duro cemento del taller, escuché una risa estentórea. Satanás no me mató, aunque hubiera preferido que así lo hiciera. Morir en ese momento hubiera sido una bendición o un regalo del cielo, porque de esa manera mi sufrimiento por el enorme sentimiento de culpa que ahora siento, se hubiera evitado.

Pasaron varias horas antes que pudiera volver a ponerme de pie. Un fuerte dolor de cabeza no me dejaba entender con claridad lo que me había sucedido. Mi confusión se incremento cuando me di cuenta que me estaba poniendo de pie encima de la tumba sin nombre; el cementerio ahora estaba a obscuras y era iluminado solamente por la luz de la luna.

-¿Cómo regresé al cementerio?- me pregunté, en silencio, mientras me cogía con ambas manos mi cabeza adolorida.

Observé la lápida y pensé que tal vez me había resbalado en el césped y mi cabeza podría haber chocado accidentalmente con el duro mármol blanco dejándome, de esta manera, inconsciente por muchas horas.

-Todo lo que me ha sucedido, ha sido un sueño- pensé

Nada más alejado de la verdad. La carta que me entrego Satanás la tenía sujetada con la mano derecha. Las líneas pequeñas que no pude terminar de leer decían el lugar exacto en el cual debía ser cometido el asesinato. Satanás también mencionaba en las letras pequeñas que si no cometía personalmente el asesinato, entonces el mismo se encargaría de mandarme al infierno y nunca más vería a mis “amigos” y “familiares” del cementerio.

En este momento que me encuentro escribiendo lo acontecido el día de ayer; aún con el recuerdo de aquello, como si de una pesadilla se tratase, te confieso que me siento mal por no decirte con exactitud quien soy. Ahora que estas leyendo esto que he escrito para ti, creo que es necesario que sepas algo de mí. Por lo tanto te revelaré mi brevísima “biografía”, aunque esa palabra suene absurda para mí; es preciso mencionar mi historia resumida para que puedas entender como soy, más allá del saber quien soy, algo que tu intuyes seguramente.

Soy quien tú crees que soy, y digo esto con total seguridad de causa. Mi nombre, como te dije, no es importante. Mi nombre puede tener derivaciones infinitas y presentarse además en diferentes idiomas, sin embargo, preferiría no tener nombres tan horribles como los que “mis amigos” y “familiares” me llamaban en vida. No tengo familia a pesar que he estado en medio de muchas, pero siempre había tristeza en ellas; muchas veces inevitable sentimiento que se apodera de los que me rodean o me nombran.

Es triste no haber tenido familia propia jamás. ¿Amigos? Nunca los tuve a pesar que hubiera dado lo que sea por tener al menos uno. Disculpa si soy redundante en el tema, pero ver familiares y amigos unidos entre sí es algo que muchas veces ha causado cierta frustración en mí, confieso que algo de envidia también he sentido.

Es por tal motivo que, a manera de paliativo sentimental, he creado en mi universo personal: “familiares” y “amigos” que habitan en cementerios. Amistad y familia, son más que dos palabras unidas por una conjunción gramatical; son el equilibrio dentro de mí, algo que me permite olvidarme que estoy solo en este mundo.

Es la primera vez que me dirijo a ti.; siempre te he visto de cerca, pero nunca me he atrevido a hablarte por temor a que te alejes de mí. He ahí la desventaja que tengo frente a los demás seres que habitan este hermoso planeta. Yo, rara vez puedo comunicarme con otros seres humanos o tocarlos físicamente, salvo casos extremos; en la mayoría de veces, que esto sucede, las personas terminan alejándose de mí hasta el punto de no verlas jamás.

Ahora me estoy contactando contigo a través de esta carta, pero no quiero alejarte de mi presencia, sin embargo, tampoco deseo que te acerques a mí. Suena contradictorio todo lo que te digo; muy confusas o incoherentes pueden sonar mis palabras, pero no te culpo por ello. Muchas personas no me entienden y creo que es por ese motivo que al final terminan odiándome.

La ignorancia y la falta de conocimiento de cómo soy en realidad, creo que hace que las personas terminen finalmente odiándome. Ignorar mi existencia es como creer que las sombras que acompañan a los seres humanos durante el día, cuando sale el sol, no existen.

Mi historia tiene muchos matices tristes, los cuales están enlazados a tu vida de una manera casi imperceptible. A falta de otro término que venga a mi mente, he preferido escoger la palabra matiz para describir la intensidad con la que he vivido tragedias ajenas que las he sentido como propias, entre ellas las tuyas.

No soy un maestro de historia para relatarte todas las tragedias que han rodeado mi existencia, pero solo te comentaré acerca de aquellas que tu ya conoces. Seguramente recuerdas aquella horrible guerra que empezó en el año de 1939, la cual tú viviste de cerca.

Recuerdo que al desatarse la Segunda Guerra Mundial, los alemanes cerraron todas las universidades de tu país natal con el objetivo de invadir no sólo el territorio sino también la cultura de tu país. Frente a esta situación extrema, junto a un grupo de jóvenes, lograste algo positivo que fue: organizar una universidad clandestina en donde estudiaste filosofía, idiomas y literatura.

Aquella guerra ocasiono la muerte de millones de personas, lo curioso de todo esto es que a pesar de la magnitud de esta desgracia, los seres humanos aún no aprenden las lecciones del pasado y vuelven a caer en el mismo abismo mortal llamado guerra. El olvido y la ignorancia de estos hechos crean en la mente del ser humano la falsa sensación que nunca mas se volverán a repetir semejantes atrocidades, que se vieron entre los años de 1939 y 1945, durante la invasión nazi.

Me afecto demasiado la pérdidas que sufriste a tan temprana edad : A los 9 años falleció tu madre cuando iba a dar a luz a tu hermana; luego 3 años mas tarde perdiste a tu hermano mayor Edmund, médico de profesión. También recuerdo que durante la ocupación Nazi de tu país, tu padre perdió la vida, el falleció en 1941.

Yo estuve presente en todos estos acontecimientos. Hubiera querido que la vida de tus seres amados se hubiera prolongado por muchísimos años más, pero en mis manos no esta la decisión de la vida a pesar que tal vez algunos afirmen lo contrario. Todos estos acontecimientos duros en tu vida te afectaron tristemente, pero a pesar de todo saliste adelante en la vida.

Tal vez te preguntes como tengo conocimiento de estos acontecimientos que sucedieron en tu vida, la respuesta es sencilla: yo se quien eres. Te admiro como persona; las obras que has hecho por el bien de la humanidad despiertan en mí: respeto y admiración hacia tu persona.

Espero tu perdón por no haber impedido la partida de tus seres queridos al otro mundo. No me odies por ser lo que soy y por hacer lo que no deseo hacer.

Continuando con el tema principal, te decía que Satanás se ha presentado ante mí y me ha ofrecido la oportunidad de liberar todas almas del infierno. Para realizar esto, es necesario realizar una acción que es inherente a mí. No creas que soy un asesino, pero esta en mi naturaleza causar viva aflicción, aunque yo no lo desee.

Perdóname nuevamente……. amigo. Disculpa si tomo demasiada confianza al decirte amigo, pero siento que eres la excepción a la regla en cuanto a amigos terrenales se refiere. Yo no tengo amigos, como te comente, pero tú eres una persona a la cual considero mi amigo a pesar que nunca nos hemos conocido cara a cara. De ahora en adelante, en el transcurso de este relato permíteme llamarte amigo.

No te asustes por todo lo que acabo de decirte acerca de tu vida y el vínculo existente con mi historia. Te dije que iba a relatar mi biografía, sin embargo, he preferido ahorrarme algunos detalles para evitar alejar tu mirada del punto central de esta carta. Hay acontecimientos, tan o mas horribles que la segunda guerra mundial, que prefiero obviar.

No pienses que intento confundir tus pensamientos como lo hace Satanás con sus victimas.; yo soy muy diferente a él. Si aún sigues con la mirada esta carta que te dirijo, entonces te aconsejo que termines de leer lo que voy a escribir a continuación.

Tengo la esperanza que esta carta llegue a tus manos lo más pronto posible, antes que se cometa un crimen. El relato que te envío a manera de carta, puede parecer fantasioso, pero te aseguro que todo lo dicho por mí es sinceridad absoluta, libre de toda mancha de mentira; créeme cuando te digo que estoy relatando hechos reales.

Muy pocos seres humanos creen en cosas satánicas o de esoterismo, sin embargo, aún existen personas como tú que cree en la presencia del bien y del mal; pelea eterna que se vive cada día en este mundo y es expuesta en los medios de comunicación: a veces como guerras que duran una hora al día en algún programa de noticias. Yo no soy indiferente ante el sufrimiento humano, me duele muchísimo que la gente permanezca fría ante un televisor y cambie de canal después de ver una noticia acerca de algún conflicto bélico en el cual muere muchísima gente. Nada puedo hacer yo para detener muertes, detesto el sufrimiento de la gente inocente que se encuentra en medio de una guerra de la cual nadie quiso formar parte.

Las guerras y la muerte van de la mano; como hermanos que caminan cogidos de la mano, hermanos que caminan atravesando por el medio de una delgada línea fronteriza que divide lo material de lo espiritual. Yo camino en ambos lados desde hace algún tiempo y no necesito de médiums para saber cuando alguien va pasar del mundo material al espiritual. Digamos que, en muchas ocasiones, yo tengo el poder (un poder que desearía no tener) de saber el día y la hora exacta de la muerte de una persona.

Volviendo al tema de Satanás, te digo que: el para mí es un enemigo, al cual detesto. El siempre hace uso de su inteligencia para realizar perjuicios a la humanidad; los medios que el utiliza para expresar sus actos inhumanos son: desunión familiar, odios, venganzas, rencores, desamor, infidelidad, torturas, violaciones, guerras, asesinatos, etc. La mayoría de las veces el modo de operar es el mismo, cuando acaba de manera horrible con la vida de los seres humanos. Como cobarde que es, siempre utiliza hombres o mujeres de mentes débiles para cometer atentados inhumanos contra la vida; atentados que el se rehúsa a realizar cuando piensa que hay acontecimientos trágicos que no merecen la pena ser ejecutados directamente por él.

Espero sepas disculparme por haberme desviado otra vez del tema central de esta carta, que espero llegue pronto a tus manos. Como te había mencionado, Satanás también había expresado en su carta una amenaza hacia mí en la cual decía textualmente lo siguiente:

“Si la misión que te estoy encomendando en este documento no se cumple, entonces arderas en el fuego eterno del infierno. A la vez serás privado de la libertad de poder visitar a tus “amigos” y “familiares”. Este mensaje adicional tómalo como una garantía para que tu misión sea completada eficazmente.”

En realidad esa garantía, como el la llamaba, era mas bien una amenaza clara y casi irrefutable. No podía rechazar lo dicho ahí en ese documento maligno, porque si no cumplía tan siniestra misión entonces se cumpliría dicha amenaza.

Ayer, durante la noche, pensaba en la manera de librarme de tan horrible acto que debía cometer. Mientras observaba la lápida sin nombre pensaba en las miles de almas que estaban sufriendo debajo de ella. Las dudas inundaban mi mente, por un momento llegué a pensar que tal vez Satanás me había mentido.

Las dudas de mi cabeza se despejaron cuando comencé a escuchar quejidos, que se incrementaban progresivamente, los cuales provenían del interior de la tierra que estaba pisando. Las almas del infierno se quejaban de un sufrimiento repetitivo, consecuencia de un castigo perpetuo.

Mi conciencia me decía que debía liberar a las almas que sufrían en manos de Satanás, pero a la vez mi mente me decía: ¿Quién eres tú para decidir acerca del destino de las almas enviadas al castigo eterno?

Mi mente sufrió el colapso producto de las preguntas que inundaban mi cabeza. Mi mente comenzó a cansarse hasta que terminé cayendo encima de la tumba anónima. En ese momento tuve pesadillas acerca de mi encuentro con Satanás; todo era más obscuro y deformado en mi mente, muy diferente a lo que había vivido en realidad.

En la pesadilla que tuve, pude observar a Satanás comiéndose las cabezas de aquellos seres mitológicos, ahora de carne y hueso, que adornaban el taller “Pena Estéril”. Mientras Satanás despedazaba cada una de esas cabezas, una nueva surgía del mismo lugar; la escena se repetía una y otra vez, mientras se escuchaban quejidos lejanos de personas anónimas. La pesadilla era macabra, notaba como sonreía Satanás después de tragar las cabezas de sus victimas, él disfrutaba de aquel espectáculo. Luego de saciar su apetito diabólico se dirigía a mí y me escupía sangre. Mis ojos llenos de sangre me ardían terriblemente y no me permitían ver lo que estaba sucediendo después, lo cual me hacía sentir indefenso ante un probable ataque del maligno. Impotencia sentía cuando escuchaba los lamentos de personas a las cuales no veía, todo era total obscuridad.

-¡Amigo mío, ya es hora!- gritó una voz con un tono grave, que hizo despertarme.

No sabía si el grito había sucedido en la pesadilla o en realidad alguien me había despertado de tan terrible tormento. Al despertarme sentí una fuerte luz que cegaba mi visión; los primeros rayos solares de la mañana me despertaron; el silencio matutino del nuevo día me permitió pensar con mas claridad que el día anterior.
Aún tenía en mi poder la carta de Satanás, la cual simplifiqué en una pregunta:

-¿Vale la pena sacrificar una vida para librar otras que no se merecen el privilegio de la libertad?- me dije en silencio

-No, no esta en mis manos decidir acerca de la libertad de los desterrados al infierno- Me contesté con seguridad.

Amigo mío, tu que me estas leyendo, te digo que esta carta es un grito silencioso de ayuda y a la vez una advertencia para ti. Espero ser claro al decir la palabra “advertencia”, que no es lo mismo que amenaza. Es necesario advertirte amigo mío que tu vida esta en peligro, porque la persona a la cual debo asesinar eres tu. Pero no te preocupes, porque el tiempo que he dedicado a escribirte esta carta me ha permitido pensar con mayor claridad y a la vez tomar una decisión definitiva. Si alguien debe ser sacrificado en manos de Satanás para que alguien sea salvado, ese soy yo.

No deseo dañarte amigo, y para evitar eso es necesario que leas la carta que Satanás me entregó. Es necesario que leas con atención hasta el final de la misma porque esta carta tal vez pueda evitar tu asesinato. La carta dice lo siguiente:
“Amigo mío, la lápida que esta frente a ti es el punto exacto que señala donde se encuentran infinidad de almas que sufren diariamente por sus pecados cometidos. Le voy a dar a todas estas almas la oportunidad que DIOS me negó: volver al paraíso.

Para que esto sea realizado con la efectividad, que espero de ti, necesito que asesines a una persona. Mañana 13 de Mayo cuando Carol se acerque a sus fieles, tu te confundirás entre la multitud, te acercarás a él y tocarás su corazón, el cual estallará derribándolo inmediatamente hacia el suelo hasta su deceso”,

A pesar que no mencionaba el nombre completo de la persona que iba a tener que asesinar, yo sabía que eras tú. No es necesario explicarte como lo sé, solo puedo decirte que sentía que eras tú, lo cual me asusto muchísimo.

Al reverso de la carta se leía tu nombre, el cual solo podía ser leído a contraluz. Hoy te enviaré la carta para que puedas evitar tu final. Sé que Satanás a pesar de todo intentará lograr la misión que me ha entregado, pero solo dos hechos pueden evitar que se cumpla tan terrible plan; uno de ellos es esta advertencia escrita que te envío o una intervención divina.

Ahora solo me queda despedirme y decirte que: para mí eres un Santo y como tal no mereces el destino que Satanás ha decidido forzar para ti. Tal vez Satanás mañana venga a buscarme para llevarme al infierno, pero prefiero tal destino para mí antes que verte asesinado por mis manos. Me rehúso a realizar tan inhumana acción. Ahora que ya sabes el fin de mi carta, creo conveniente decirte el nombre con el cual me llaman comúnmente; me llaman: La Muerte.

A continuación te expongo las últimas líneas pequeñas de la carta que escribió Satanás para mí:

“El hombre de blanco, sucesor de Pedro, debe ser asesinado por tus manos mañana 13 de Mayo de 1981 en La Plaza De San Pedro. El nombre de tu víctima es Karol Józef Wojtyła, conocido por sus fieles católicos como Juan Pablo II”

19 de octubre de 2010

Él

Habían pasado seis meses desde su salida de la Universidad. En seis cortos meses habían pasado muchas cosas hermosas y terribles en su vida, pero en términos generales, su vida había sido feliz hasta que un día todo cambió.

El se levantó temprano con el trinar de los pájaros, con el sonido del silencio de la almohada y el olor a paz de su habitación. Aquella mañana realizó su rutina diaria de casa como si esta hubiera sido programada desde el momento de su concepción, es decir 27 años atrás, rutina que consistía desde realizar el aseo personal pasando por la limpieza casi obsesiva de su cuarto y terminando con un desayuno en la mesa junto a su padre.

A pesar que al salir de casa, rumbo a su trabajo, el día amaneció muy frío y los autos hacían más ruido de lo acostumbrado con sus claxons, eso pasó a segundo plano al tomar un taxi. El se encontraba realmente feliz y ansioso por ir a su trabajo, que a pesar de no ser el mejor trabajo del mundo le daba una gran satisfacción. Y esta satisfacción tenía nombre de mujer.

Aída era la asistente administrativa, su madre era la dueña de la empresa y su hermana (tía de Aida) era la administradora del negocio. La tía de Aída era una mujer con una mirada muy fuerte, capaz de hacer bajar la cabeza a cualquier hombre. Aída le puso el apelativo de Medusa (ser mitológico griego), debido a que era capaz de petrificar a cualquier hombre con una sola mirada.

Cuando el llego al trabajo, empezó su rutina en el trabajo, es decir, empezó saludando muy amablemente a la Sra. Elena ("Medusa"), la cual nunca respondía a los "Buenos Días" de parte del enamorado de su sobrina. Sí, aquel joven de 27 años estaba muy enamorado de Aída, una mujer 3 años mayor que él; esa hermosa mujer de piel trigueña, ojos achinados y cabello ensortijado era la motivación para ir al trabajo. Luego de saludar a la Sra. Elena, iba a la oficina de Aída y la saludaba con un "serio saludo" muy bien disimulado:

- Muy buenos Días Srta. Martínez

Nadie en la familia de ella o en la de él, sabían que eran enamorados. No era un pecado aquella relación, pero a petición de Aída, se acordó no revelar dicha relación a ningún miembro de las familias de él o ella.

A pesar que todo era un paraíso entre ellos dos, Aída tenía temor que su tía se enterara de este secreto. En una oportunidad Aída le dijo a él: "Si mi tía se enterara de lo nuestro, a mí me enterraría viva y a tí te castraría y luego te crucificaría".

Cuando ella dijo eso, el pensó que era una exageración de parte de ella, pero a pesar de lo que pensaba, accedió a mantener el secreto y prometió no revelarlo.

Las relaciones laborales entre jefa y empleado en aquella empresa eran pésimas, debido a que La Sra. Elena era una mujer explotadora, de muy mal carácter a quien no le importaba mirarte por encima del hombro y decir insultos hasta tirar tu autoestima por el suelo. Muchos empleados de la empresa, despedidos arbitrariamente por la Sra. Elena, habían salido de la oficina de la jefa, con los ojos llorosos, y al decir empleados me estoy refiriendo a señores y señoras de mas de 50 años.

Aquel joven, en apariencia tranquilo, siempre supo evadir los insultos y la mejor manera de evadirlos durante 3 meses de trabajo, fue diciéndole algo que aunque parezca extraño la tranquilizaba inmediatamente , ese algo era una frase muy sencilla y común pero que tenía una fuerza mas grande que la mirada de "Medusa", esa frase era : Dios La Bendiga, Señora!.

Cuando terminó aquel día de trabajo, él empezaba su rutina nocturna, la cual consistía en salir a las 7pm del trabajo, esperar frente al edificio, donde queda la empresa, esperaba que la jefa se subiera a un taxi, media hora después, para luego esperar a que Aída saliera quince minutos mas tarde, pero para él no había mucha importancia en esperar 15 minutos o más a que ella saliera, debido a que el sabía que ella saldría tarde o temprano de aquel edificio. Aída al salir del edificio salió con una sonrisa de oreja a oreja al ver que aquel joven estaba esperándola frente a la puerta de aquel lúgubre edificio, el cual pasaba de ser un sombrío edificio a ser un luminoso edificio, cuando ella atravesaba el umbral de la puerta de salida.

Eran las 8y30pm y el teléfono celular de ella sonó (mensaje de texto) ella al ver el mensaje que aparecía en el celular comenzó a temblar, el intentó tranquilizarla pero ella se puso mas nerviosa aún, luego de 5 largos minutos de angustia y preguntas de parte de el acerca de lo que ocurría, ella le reveló el mensaje, el cual decía: "¿Que haces con ese infeliz?, ven a la casa de inmediato". El mensaje fue enviado por su madre, la Sra. Karla, quien no era muy diferente de su hermana (Elena), no te petrificaba con su mirada pero si te despedazaba anímicamente con su manera de hablar, tan ofensiva.

Aída se subió inmediatamente al primer taxi que encontró, sin despedirse de su acompañante, quien para ese momento ya tenía la mente atrapada por un mal presentimiento acerca del destino de Aída. Dos horas después del incidente ella llamó al celular de el y le dijo, con voz entrecortada -! Mi tía me va matar, amor! - luego colgó el teléfono.

Aquel joven al escuchar esa frase, se asustó mucho y decidió llamar a un Tío a quien le dijo la extraña escena que había sucedido aquella noche. Le dijo que estaba saliendo con Aída y esto de la llamada lo tenía muy preocupado. Las palabras del Tío no fueron muy alentadoras, porque solo le repetía a cada instante: no te preocupes, mañana las aguas se tranquilizarán y cosas similares.

Él a pesar que había aceptado no revelar el secreto a nadie, rompió su promesa al llamar a su tío, así que a partir de ese momento dejó a lado la cobardía y fue directo a la casa de Aída, ese día se convirtió en una contradicción porque en la mañana, para el todo era felicidad pero en la noche inclusive el sonido de los claxons de los autos resultaba muy molesto a pesar que había poco tráfico a esa hora de la noche.

Luego de realizar ese estresante y casi eterno recorrido vehicular desde su domicilio hasta la casa de Aída, se acerco a la puerta de la casa y toco el timbre con desesperación, las luces de toda la casa estaban apagadas, por un momento pensó que no había luz en toda la zona donde vivía ella, pero las casas cercanas si contaban con iluminación así que descarto inmediatamente que la energía eléctrica se había ido y luego tocó el timbre con mas desesperación aún.
Aída no contestaba a las insistentes llamadas que el realizaba al celular a pesar que desde el lugar donde se encontraba el, se escuchaba el timbre del teléfono celular que provenía del interior de la casa, el reconocía que el tono que sonaba era del teléfono, que irónicamente tenía la tonada del Himno de La Alegría (música de de Beethoven), digo irónicamente porque aquella noche estaba muy lejos de ser alegre.

Luego de varios minutos de esperar que alguien saliera de la casa, el se alejó de la casa mas preocupado aún y su mente no dejaba de atormentarlo, debido a que el pensaba que algo malo podría haberle pasado. La voz de ella retumbaba en su cabeza, esa voz que repetía "Mi tía me va matar", luego al llegar a su casa, sonó su celular y el número que aparecía en pantalla era de ella, así que sin titubear contestó y dijo : ¿Aída donde estas? - solo se escucho un susurro casi imperceptible al oído que decía: ! Ya estoy en paz! Luego se cortó la llamada.

Aquella noche, trató de dormir pero no pudo, era la primera vez en su vida que el insomnio se apoderaba de él. Este insomnio era solo la punta del iceberg de lo que mas adelante en su vida sería un enorme bloque de hielo, que algunos expertos en el tema le llaman trastorno bipolar. La mañana siguiente recibió una llamada de su tío quien le dijo que prendiera el televisor y pusiera el canal estatal de noticias, y apenas escucho la noticia y al ver la foto se echó al suelo a llorar, el titular del noticiero decía fríamente: "Hija de exitoso empresario se suicida" y aparecía en la pantalla una foto de la bella Aída.

Durante semanas el recibió tratamiento psicológico para soportar la pérdida irreparable del gran amor de su vida, pero todo fue en vano. Ricardo era el nombre de aquel joven quien a los 27 años perdió a una de las personas que mas amaba en su vida. La rutina diaria se volvió sombría desde aquel momento.

Ricardo comenzó a sufrir de parálisis del sueño e insomnio entre otros males, le recetaron fármacos para poder controlar su insomnio pero la cura fue peor que la enfermedad, porque se volvió fármaco dependiente.

Han pasado 3 años desde aquel extraño incidente y desde entonces solo he visto a Ricardo un par de veces. En una de las conversaciones que tuve con él, me dijo cosas que rozaban con la locura, entre ellas me dijo:"Amigo mío, Aída esta viva, Medusa la ha enterrado en su jardín pero yo se que esta viva”.

La "verdad" según los medios de comunicación es que: Aída tomo el arma de su padre y se disparo en la sien pero se desconocen las causas del suicidio. Y según información que obtuve del tío de Ricardo, quien para mí sorpresa era amigo de la mamá de Aída (lo cual no supe hasta después de un mes del suicidio) es que la madre, la Sra. Karla, y su hermana (Medusa) insultaban constantemente a la pobre chica, pero el porque ocurría esto es un tema que podría ser tema de una novela policial, la cual alguien podría dedicarse a escribir.

Ricardo "murió" (murió psicológicamente) joven, la percepción de la realidad se volvió una ilusión para el, intento suicidarse en varias oportunidades, uno de esos intentos y el último que recuerdo fue luego de una pelea con su padre pero milagrosamente salvo de morir luego de intentar ahorcarse en el baño de su casa con su propia correa.

Ricardo ahora ha descuidado su aseo personal, se ha vuelto agresivo, no tiene intenciones de rehacer su vida, repite hasta el cansancio el nombre de Aída (y sigue creyendo que esta viva), ya no tiene ese rostro de felicidad, ahora solo tiene una mirada esquiva, triste y a veces molesta. Solo espero que algún día resucite y salga de ese infierno en el cual se ha convertido su propia mente autodestructiva.
Yo sé que esto que escribo tal vez nunca lo leas pero a pesar de todo aún tengo esperanzas que vas a renacer, algún día.

Hace unos días atrás leí en internet una frase que decía así: "El sabio es sabio porque ama. El loco es loco porque piensa que puede entender el amor."

Creo que esta última frase resume parcialmente el momento por el que pasa mi amigo Ricardo.

¡Saludos amigo mío!

11 de octubre de 2010

Medianoche

La medianoche es la hora en la cual despierto al ángel o demonio que llevo dentro, dependiendo de como el entorno del día me ha tratado antes de esa hora, tan llena de mitos y leyendas, la medianoche. Mi insomnio casi eterno me permite darme cuenta que mi locura va mas allá de un origen depresivo, mi falta de sueño tiene que ver mas allá que con un asunto neurológico y/o mental, creo que esta relacionado con el rechazo al amor de mi parte.

El amor es el motor que mueve la vida y hace girar el mundo, aunque tampoco podemos dejar de lado otros sentimientos iguales o tan profundos como el amor, sean estos : felicidad, esperanza, fe, amistad, hermandad, etc. La vida, específicamente esta llena de altibajos, los cuales supero en algunos casos, pero en otros no.

La medianoche es la hora indicada para poder oír mis pensamientos locos y oír lo poco que me dice el corazón. No describo la medianoche como una hora maldita o bendita, porque los calificativos no creo que se apliquen a algo tan impalpable como es el tiempo. Hoy amanecerá para mí otro día más de trabajo y rutina personal, pero eso no es excusa para no compensar mi falta de sueño o mal sueño con algo de alegría.

Mi corazón esta negro pero solo es cuestión de tiempo para determinar si cambiará de color o seguirá igual de obscuro. El corazón puede cambiar positivamente, sin previo aviso, puede ser en la mañana, mediodía o medianoche, aún estoy a la espera de eso.

! Buenas Madrugadas!


6 de octubre de 2010

La noticia

Nada me impulsa a salir de mi habitación. El reloj suena, los pájaros cantan afuera y yo solo dejo que el tiempo siga su camino. Todos los días son lo mismo; el reloj despertador suena y no puedo apagarlo y solo me queda esperar que este se silencie de repente.

El frío carcome mis huesos mientras mi mirada se queda fija en la pantalla de televisión. Las mismas noticias de mierda recorren ese pequeño televisor.
El mundo se encuentra aprisionado en esa “caja boba” y todo se ve tan irreal, pero es tab real como lo que yo observaba al salir a la calle. Fuera de mi casa había más de lo mismo: coches bomba, violaciones, drogas, prostitución, violencia y muerte.

La casa está sola y extraño la presencia de mi familia en ella. Pero eso quedó atrás, ahora solo me acompaña mi amarga soledad dentro de aquel viejo lugar y lleno de deudas.

Todos los días me acerco a la puerta principal e intento recoger aquel periódico que diariamente alguien desliza debajo de aquella puerta, pero algún tipo de fuerza me impide tocarlo, pero si puedo leer un titular enorme que dice: “Alumno de la universidad privada San Pedro murió en un accidente automovilístico” Y “adornando” tan terrible noticia aparece la foto de un auto destrozado y el rostro desfigurado y ensangrentado de un hombre joven de 22 años.

¿Por qué siempre malas noticias en los periódicos y en la televisión?- Me pregunto, pero solo el silencio me acompaña como respuesta.

En esta desolada ciudad todos los días son grises al igual que las indeseables ratas que se han apoderado de todos los rincones de mi casa.

Pasan los días, y todo se repite. El aburrimiento se apodera de mí. Las mismas noticias se repiten en la televisión, todo parece parte de una pesadilla.

Los sobres siguen deslizándose bajo mi puerta, recibos de agua luz, teléfono y demás se siguen amontonando a la entrada del que alguna vez fue mi hogar. Ya he perdido la noción del tiempo. No sé cuánto tiempo llevo encerrado aquí.

¿Mamá…papá? - susurro, pero nadie responde. Solo el eco de mi voz retumba en las paredes.

Sentado al pie de mi cama, cubierta de sabanas polvorientas, mi mirada se fija nuevamente en aquel viejo televisor en blanco y negro. Y de repente este se apaga y en la pantalla solo queda reflejada la silueta de un joven. Y es en ese momento que maldigo a aquella mañana gris de invierno. Maldigo el titular del periódico, el reloj de mierda. Y finalmente maldigo al hijo de puta que manejaba aquel camión que se atravesó en mi camino cuando manejaba en dirección a la universidad y que me alejó para siempre de mi familia y amigos a la edad de 22 años.

El novel escritor

“En todo momento de mi vida hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas de una realidad que las mujeres conocen mejor que los hombres y en las cuales se orientan mejor con menos luces.”
Gabriel García Márquez - Escritor colombiano y premio nobel de Literatura


Miguel, a los 18 años de edad, descubrió que relatar historias era algo que le daba una gran satisfacción emocional. La universidad, una bodega, una pollería, inclusive un cementerio, entre otros lugares, se convirtieron en el escenario perfecto para cautivar a sus oyentes: familiares o amigos. Sus relatos hablados siempre esparcían la confusión en el ambiente; ¿era verdad o mentira lo que relató? Esa era la pregunta que siempre se hacían quienes lo escuchaban con una hipnótica atención. Y esta mezcla de suspenso y duda que producían sus relatos le fascinaba sobremanera.

A los 23 años de edad, cansado de estudiar una carrera que había “elegido” por obligación de sus padres, abandonó sus estudios universitarios dos años después de haber ingresado a la facultad de derecho. Era un buen alumno, con excelentes notas, pero sentía que la universidad no era lo suyo.

Poco tiempo después de abandonar la universidad encontró un trabajo. Algunos meses mas tarde abandonó su hogar y se mudó a un pequeño departamento, que no era gran cosa, pero en realidad era el lugar ideal y apacible que necesitaba para alejarse de las fuertes discusiones que tenían sus padres dentro y fuera de casa.

Su padre, quien aún creía que Miguel estudiaba en la universidad, le depositaba mensualmente dinero en el banco para financiarle sus supuestos estudios universitarios. Lo que no sabía su padre era que ese dinero era destinado a costear el alquiler del departamento de su hijo.

El departamento, ubicado en el primer piso de un vetusto edificio plomizo, era el lugar donde pasaba el tiempo escuchando música rock y leyendo libros de escritores famosos, principalmente novelistas. Aunque la actividad que más disfrutaba era escribir.

Cada vez que terminaba su trabajo diario como asistente administrativo en el área de documentación clasificada para reparto, es decir, cuando terminaba su jornada laboral como mensajero, caminaba rápidamente en dirección a su departamento, mirando cada 2 minutos su viejo reloj de pulsera, como si el tiempo fuera su peor enemigo. Su rutina diaria al llegar al edificio era subir lentamente las escaleras que lo conducían a la solitaria azotea ubicada en el piso 15. Sus compañeros infaltables eran unos enormes y potentes binoculares que colgaban de su cuello, además de una pequeña libreta amarilla y una grabadora reportera.

Una vez posicionado en la azotea, su recinto de inspiración literaria como solía llamarle, se sentaba en una vieja silla de mimbre desde donde observaba través de sus binoculares a una bulliciosa y caótica ciudad que deambulaba bajos sus pies. Su proceso creativo siempre empezaba al mediodía justo en el momento que prendía la grabadora para grabar el ruido distante de la calle.

Miguel le dedicaba muchísimo tiempo y esmero al arte de escribir. A pesar de esto no se consideraba un escritor y mucho menos un artista. Miguel solo se veía a si mismo como un loco aventurero que se había sumergido en el satisfactorio y embriagador mundo de las palabras.

Como poseído por una mano invisible, desde lo más alto del edificio, tomaba nota de todo lo que veía; apuntaba datos curiosos: desde el movimiento errático de la gente hasta los autos que transitaban velozmente por la avenida. Entre sus apuntes nunca faltaban personajes como: un policía coimero que detenía vehículos con el fin de quitarles plata a incautos choferes, un loco al que le faltaba una pierna que gritaba tonterías acerca del fin del mundo, una pareja de enamorados peleándose a mitad de la calle, un heladero en su triciclo que tocaba su trompetita o una señora con un bebé que no era suyo, al cual arrullaba entre sus brazos mientras pedía limosna para curar a su “hijo” enfermo.

Entre las pocas personas que veía salir del edificio siempre observaba con gran admiración a una hermosa joven. El sabía que ella vivía en el departamento 102 a pocos pasos del suyo. Era una joven de 24 años, 1.65cm de estatura, de ojos color café, cabello castaño, tez blanca, labios provocadores y un cuerpo de infarto, que muchas mujeres envidiarían.

Todos los días al mediodía la veía salir presurosa del edificio, sin rumbo conocido, perdiéndose en medio de los bocinazos de los autos y el bullicio de la gente. Se sentía fascinado no solo por su belleza evidente, sino también porque creía haberla visto años atrás. Sin embargo, no recordaba donde, ni cuando la había visto por primera vez.

En más de una ocasión intentó hablar con ella, sin embargo, su timidez lo paralizaba poco antes que su dedo tocara el timbre del departamento 102. Deseaba preguntarle cientos de cosas: empezando por su nombre y el lugar a donde se dirigía siempre con tanta prisa. Irónicamente, el lugar donde empezó a sentirla mas cerca era la azotea. Desde ahí le hablaba en voz baja mientras la observaba a través de sus binoculares; siempre le preguntaba quien era y a donde iba, pero como era lógico de esperarse siempre hallaba el silencio como respuesta.

Otro lugar donde la sentía cerca era en sus sueños. Había un sueño recurrente que tenía; era acerca de una boda donde ella siempre aparecía vestida con un hermoso traje de novia. Aquella mujer aparecía de pie frente al altar de una iglesia y flanqueada además por coloridos vitrales de arcángeles y unas cuantas imágenes de yeso. Su rostro estaba sutilmente cubierto con un velo blanco y translucido que dejaba ver una mirada apagada y llena de resignación, como si la boda fuera un sacrificio y no un compromiso espiritual de por vida entre dos personas que se aman. En contradicción a tal imagen, al lado de la novia, aparecía un novio elegantemente vestido que mostraba orgulloso una sonrisa de oreja a oreja.

Aquel sueño le sirvió de inspiración. Y esto se hizo evidente cuando un día de verano al mediodía, bajo la inclemencia de un sol sofocante, comenzó a escribir compulsivamente en el piso 15. Empezó a escribir al mediodía y terminó poco antes de la medianoche; las fuerzas lo abandonaron y finalmente se quedó profundamente dormido en el áspero y sucio suelo de cemento.

Al día siguiente despertó y se percató que tenía entre sus brazos unas hojas de papel; estaba echado en el suelo y abrazado a ellas como cuando un niño se abraza a un muñeco de peluche para poder dormir. Miró a su alrededor y recordó que, mientras dormía, había escuchado fuertes explosiones lejanas. Además sintió un fuerte olor a pólvora que había enrarecido el aire.

Conforme los primeros rayos solares de la mañana alumbraban su aún aletargado cuerpo, se fue librando de la confusión y pereza. Ordenó sus pensamientos y su mente le dijo que un año nuevo había llegado. Las explosiones que había escuchado eran los fuegos artificiales anunciando la llegada del año 2000.

En sus manos tenía 10 hojas de papel que describían un relato acerca de una enigmática mujer que se adentraba en los sueños de un joven escritor. Aquella mañana del 1 de enero del año 2000 el relato fue leído una y otra vez por el entusiasmado joven. Pensó en publicar dicha obra, pero la realidad le estalló en la cara cuando se dio cuenta que no contaba con el dinero suficiente para poder publicar dicho relato.

El hecho de no poder publicar su obra le creó una sensación de ansiedad y frustración. La falta de dinero, como en muchos aspectos de su vida, limitaron su capacidad de acción. El joven aprendiz de escritor sintió que un muro gigantesco se había levantado delante de él impidiéndole cumplir su sueño de ser escritor. El relato finalmente terminó, ese mismo día, archivado en una caja de zapatos junto a otros relatos que guardaba en su departamento.

Su sueño de ser escritor, conforme pasaban los meses, comenzó a apagarse poco a poco. Comenzó a pasar mayor tiempo encerrado en su departamento y sentado frente a un televisor. Se volvió adicto a los programas televisivos que mostraban noticias horrendas como: accidentes de toda índole, pobreza, asesinatos, violaciones, guerras, etc.

Cayó en una profunda depresión y comenzó a tomar pastillas para dormir. Comenzó a tener pesadillas acerca de su padre, donde este aparecía clavándole un puñal en la espalda mientras le decía que era un profesional fracasado, algo que sentía que no distaba mucho de la realidad.

Miguel sentía que había defraudado a sus padres al no seguir sus estudios en la universidad. Muchas veces, en medio de la obscuridad de la noche, despertaba con un sudor frío recorriendo su rostro. Luego se sentaba en un rincón de su habitación mientras se cuestionaba acerca de la idea de seguir escribiendo; pensaba que no valía la pena luchar por un sueño que tal vez nunca se realizaría : ser escritor.

Durante largo tiempo perdió todo contacto con el exterior, incluyendo cualquier tipo de comunicación por teléfono; el contestador automático llegó a saturarse con las llamadas telefónicas de sus padres. Había renunciado a su trabajo y también había perdido contacto consigo mismo; no entendía cual era el significado de su vida.

Una madrugada se levantó como un zombi y caminó lentamente al baño en busca de un fuerte analgésico. Se miró al espejo y vio a un hombre que desconocía por completo; tenía una barba tupida y gris, algunas canas en su cabello y una cara muy demacrada. Además vestía un pijama roto y salpicado de manchas de comida.

-¿Quien eres?- le preguntó al rostro reflejado en el espejo.

La respuesta no llegó, la razón se convirtió en locura y él estalló de ira. Luego, con un fuerte golpe de puño, rompió el espejo del baño. Cientos de pedazos cayeron al suelo junto con la sangre que brotaba profusamente de su mano derecha.

Permaneció de pie e inmóvil mientras observaba en el suelo su reflejo fragmentado y salpicado de sangre. De pronto un sonido desagradable lo sacó de su trance; el timbre del 101, su departamento, sonaba con insistencia. Pensó que tal vez era su padre, quien probablemente a estas alturas ya se había enterado de cual era el destino del dinero que le depositaba en el banco.

Inhalo y exhalo el olor a humedad que se había impregnado en las paredes del baño. Rápidamente, con cierto nerviosismo, se lavó las manos y la cara. Se dirigió lentamente hacia la puerta y grande fue su sorpresa al abrirla; frente a él estaba aquella mujer que amaba en silencio. Deseó en ese instante que la tierra lo tragase, pero era imposible dar marcha atrás.

Ahí estaba él con una facha horrenda; mezcla de pordiosero, loco y drogadicto. A pesar del aspecto que tenía, ella no mostró sobresalto alguno.

-Feliz cumpleaños, amigo- dijo ella, con mucha serenidad.

Esta frase lo dejo helado. El había olvidado que día era, pero aquella enigmática y hermosa mujer le había recordado la fecha más importante de su vida. Se sintió en las nubes al escuchar de su boca la palabra……amigo; una palabra que hacía mucho tiempo no escuchaba.

Ahí estaba ella, parada frente a él, luciendo una blusa rosada con flores estampadas y acompañada de un seductor escote que dejaba ver levemente las bellas formas de sus pechos. Además unas esculturales piernas eran reveladas gracias a una cortísima falda translúcida de color blanco.

La hermosura, de la joven e inesperada visita, contrastaba con el sombrío departamento del anfitrión. El departamento parecía que había sido sacudido por un terremoto o devastado por un huracán. El piso de la sala y comedor estaba saturado de revistas, libros y periódicos. La ropa sucia “adornaba” cada rincón de su habitación y baño; una media por aquí, un calzoncillo por allá, etc. Y la cocina era un muladar donde los platos sucios, colocados uno encima de otro dentro de un lavadero, servían de guarida de cucarachas.

Miguel sentía asco de si mismo y del lugar tan horrendo en el que se había convertido su domicilio. Al mirar ese lugar, casi en tinieblas y desaseado, sentía vergüenza de si mismo como si el departamento fuera el reflejo de lo que el era interiormente en ese momento de su vida.

-Estas en tu casa- le dijo, mientras hizo un ademán con la mano para que ella

entrara a su departamento. Luego se arrepintió de haberle dicho eso.

-¿Estás en tu casa? ¿Quien querría tener por casa un chiquero como este?- se dijo él en silencio.

Ambos, muy cerca uno del otro, se sentaron en un viejo y polvoriento sofá que era iluminado solamente por una luz blanca que salía tímidamente del baño.

-Disculpa que no te haya traído un regalo- dijo ella.

-¿Quién es esta bella mujer?- pensó.

De pronto la confundida mente de Miguel comenzó a aclararse al observar un pequeño cuadro situado delante de él y colocado encima de su vieja mesita de centro. Dicho cuadro encerraba una fotografía casi olvidada, en la cual aparecía él luciendo un horrible y plomizo uniforme escolar. En la fotografía aparecía acompañado de sus amigos del colegio “San José”; era la típica foto de promoción que te obligaban a tomar junto a tus compañeros de clase y profesores, sin excluir por supuesto al antipático director del colegio.

Miguel recordó que la fotografía fue tomada una semana antes de terminar sus estudios de secundaria en el colegio. En esa imagen aparecía rodeado de chicos y chicas adolescentes; entre los cuales identificó el rostro de María: una quinceañera con frenillos sujetos a sus blanquecinos dientes, tenía cabello lacio negro que se mostraba a manera de dos trenzas disparejas. Además tenía unos bellos ojos café escondidos detrás de unos lentes de gran grosor. “La chilindrina” era su apodo en aquel entonces. Él regordete y sonriente adolescente de la foto, situado a la derecha de María, era él.

-Que chistosa fotografía- dijo ella, mientras cogía el cuadro con sus delicadas manos.

-¿Cuál era el apodo que me pusiste?- preguntó ella.

-No recuerdo- dijo él con voz nerviosa y entrecortada

La inseguridad, miedo e incertidumbre, sensaciones que lo habían acompañado durante meses se fueron disipando. La timidez de Miguel se fue alejando y las palabras fluyeron libremente dando paso a una conversación muy amena. Ambos rieron, e inclusive lloraron de alegría, al recordar sucesos que habían vivido juntos y que creían haber olvidado.

Le costaba salir de su asombro al observar que esa chica tímida y nada atractiva del colegio se había convertido en la mujer tan hermosa y divertida que estaba a su lado. La mujer que veía como inalcanzable desde el piso 15 ahora estaba mas cerca de lo que nunca imaginó.

Ella, en medio de la conversación, se levantó del sofá e hizo algo inesperado. María corrió con violencia las cortinas que habían permanecido cerradas por varios meses. Los primeros rayos solares como lanzas de luz atravesaron las ventanas. Y el departamento se fue transformando en una especie de templo de adoración al astro rey. Cada rincón que había permanecido en penumbras se fue iluminando poco a poco.

El cuerpo y alma de Miguel comenzaron a contagiarse de la energía de un sol que no había visto durante muchísimo tiempo.
El viejo reloj de madera, que colgaba de la pared, fue alcanzado por la luz y reveló la hora exacta. Eran las 6:00 am y el tiempo de la visita había llegado a su fin. Un tímido beso en la mejilla, del embelesado joven, selló la despedida.

Mientras se alejaba del departamento, ella volteó lentamente y logró observar sobre su hombro derecho como una sonrisa de oreja a oreja se dibujaba en el rostro de su anfitrión. Miguel estaba muy feliz y sentía que había encontrado a la mujer de sus sueños.

Ese mismo día con un rostro totalmente cambiado, afeitado y limpio, subió a la azotea a la hora de siempre con el último relato que había escrito y guardado meses atrás en una vieja caja de zapatos. Sentado en su silla de mimbre pasó minutos, horas, días, semanas y meses corrigiendo algunas comas, tildes; agregando algunos párrafos y recortando otros. Con el transcurrir del tiempo, el relato se fue convirtiendo en novela.

Durante este tiempo de creatividad María estuvo junto a él, ya sea visitándolo por las noches en su departamento o acompañándolo en la azotea a plena luz del día. Ella se convirtió en una mágica y luminosa influencia en la vida y obra de este novel escritor. Y prueba de ello es que en la tercera página de su primera novela publicada se lee una dedicatoria que dice así:
“A María, mi dulce esposa. Mi hermosa chilindrina”.

4 de octubre de 2010

Leo en Llamas

La medianoche había llegado. Un cigarrillo, a punto de extinguir su llama, era sostenido por los resecos labios de Leonardo, joven de 25 años, fumador empedernido y adicto al café. Un frío monitor, situado frente a él, lo observaba en silencio. Un amarillento y sucio teclado era golpeado velozmente por sus diminutos y delgados dedos. De pronto el molesto timbre del teléfono celular sonó tres veces antes de ser contestado. Sin desviar la vista del monitor contestó la llamada. Era ella. Su amiga Amanda.

-Hola Amanda –dijo Leonardo con voz ronca.

-¿Cómo sabías que era yo? - contesto Amanda al otro lado del teléfono.

-¿Quién mas puede llamarme a esta hora? –contesto Leonardo mientras apagaba el pucho del cigarro en su cenicero.

-Hace una hora leí tu correo electrónico. Si tengo tiempo te hago el trabajito mañana– agregó Leonardo mientras soltaba una risita burlona.

-En serio, Leo. Necesito que me hagas ese favor hoy. No seas malo – contestó Amanda con cierto tono de ansiedad.

-Ok. No te preocupes. Voy a revisar el archivo que me has mandado por correo y yo te doy respuesta hoy antes de las 6am. ¿Estamos?

- Gracias amigo. Te debo una. Besos –se despidió Amanda.

El tiempo apremiaba. El tecleo se hizo más veloz. Las palabras comenzaron a saturar rápidamente la pantalla del monitor. Leonardo tenía que corregir su tesis y las 8 am era la hora límite para entregarla. El 95% de ella estaba lista, pero la corrección del otro 5% le costaba demasiado esfuerzo. Su mente y cuerpo habían soportado ocho intensas horas de lo mismo: lectura analítica y eliminación de párrafos innecesarios. Leonardo deseaba ser Administrador de empresas. Disponía de poco tiempo, pero sentía que su ansiado título universitario estaba mas cerca que nunca.

Durante ese trance hipnótico, acompañado de un tecleo mecanizado, podía recordar la infinidad de veces que había visitado a psicólogos y neurólogos. A la edad de 20 años, los especialistas le diagnosticaron trastorno bipolar (trastorno maníaco-depresivo). Fue entonces que empezó a consumir diariamente un cóctel de fármacos bajo prescripción médica. Sin embargo, a los 22 años se cansó de ellos y los reemplazó por el café y el tabaco, inseparables amigos en sus constantes noches de insomnio.

El reloj marcaba la 1:30am y fue entonces que Leonardo impuso una pausa a su exhaustivo trabajo. Y leyó con detenimiento el correo electrónico que le había enviado su amiga, Amanda. El mensaje decía lo siguiente:

“Amiguito, no te pediría este favor sin en realidad no fuese tan importante. Mañana tengo que entregar un trabajo a mi profesor de la universidad. Necesito que revises este archivo de audio (en formato mp3) que te estoy enviando por correo. Conozco de tus habilidades para trabajar con archivos de este tipo. Por favor, necesito que limpies el ruido ambiental de un audio de 5 minutos de duración. Es tarde, lo sé. Son las 11pm y tienes una tesis que terminar, pero necesito de manera urgente que me ayudes con esto. Si tienes dudas al respecto me llamas al celular. Tu sabes que yo también sufro de insomnio, así que estaré despierta”

El archivo era la grabación de un corto diálogo entre dos personas. Una de las voces era claramente identificable, era la voz de Amanda. La otra voz era la de un hombre que hablaba de manera enrevesada y cómica a la vez. Amanda disparaba preguntas sin cesar mientras el hombre respondía incoherencias acerca del mundo de la política. La conversación tenía adherido un ruido lejano, mezcla de bocinazos y motores de autos en movimiento.

Leonardo puso en práctica sus conocimientos autodidactas en ciencias de la comunicación. Se colocó sus audífonos y comenzó su trabajo. La tarea fue fácil y rápida; el ruido lejano fue eliminado en 15 minutos gracias a la ayuda de un sencillo programa informático. Sin embargo, había un tenue sonido que no podía eliminar de la conversación.

Un sonido metálico invadía sutilmente el diálogo entre Amanda y aquel hombre. Era algo casi imperceptible, pero tan irritante como tener una pulga en la oreja. Aquel débil e insignificante sonidito de diez segundos se comenzó a volver una obsesión para Leonardo. Él era un perfeccionista. Y como tal no podía darse el lujo de dejar cabos sueltos; en su mente no cabía la posibilidad de realizar un trabajo de manera incompleta. El sabía que tenía que terminar su tesis, pero también sentía que era su deber terminar al 100% el trabajo encomendado por Amanda.

Los minutos pasaban y el tiempo se acortaba. Su mente estaba tan abstraída del mundo real que lo envolvía que terminó olvidándose por completo de su tesis. La revisión de su tan preciada tesis fue reemplazada por el análisis profundo y maniático de un archivo de audio. Su obsesión comenzó a incrementarse. Deseaba a toda a costa eliminar ese breve y agudo sonido que le martillaba la cabeza.

La intensidad de su obsesión comenzó a traducirse en la cantidad de cigarrillos y tazas llenas de café que había consumido; las colillas de veinte cigarrillos permanecían inmóviles en el cenicero situado junto a una taza de porcelana blanca llena de café. El aroma del café caliente y el fuerte olor a tabaco comenzaron a enrarecer el aire de la habitación.

Luego de tres horas de intentos para eliminar el débil y molesto sonido, Leonardo se dio por vencido. Sin embargo, a pesar de no haber logrado eliminar el extraño sonido, pudo identificarlo. Aquel sonido metálico era la voz lejana de alguien, una voz susurrante que decía una frase que parecía entrecortarse por momentos. Era la voz de un hombre que pedía auxilio con un tono desesperado, pero al parecer era tan lejana que apenas podía ser escuchada por Amanda o por el hombre con quien conversaba.

Por otro lado, Amanda esperaba impaciente la llamada de su amigo. Caminaba en círculos dentro de su habitación y miraba su celular con inquietud. Eran las cuatro de la mañana y su teléfono celular seguía sin emitir sonido alguno.
Amanda, estudiante de segundo año de ciencias de la comunicación, tenía una hora límite; a las nueve de la mañana debía entregar ese audio a su profesor de la universidad. Si no cumplía con su tarea, sería reprobada y repetiría el curso de “Tecnología de la comunicación”.

Su profesor sabía que ella era una estudiante muy irresponsable, pero a pesar de ello decidió darle la oportunidad de salvarse de repetir el curso. Le pidió que dialogara con él acerca de un tema libre. Él eligió un tema aburrido y extraño: “los partidos políticos sudamericanos y su influencia en la democracia.”

La conversación debía ser grabada con una grabadora portátil y posteriormente el audio debía ser transformado en formato de audio “mp3”. Y además, Amanda debía adjuntar un informe escrito indicando los puntos más relevantes de la conversación. Todo esto le parecía absurdo, pero sabía que esta sencilla tarea era su última oportunidad para evitar ser reprobada en el curso.

Ahí estaba ella, insegura, nerviosa e inquieta en medio de la noche. Se mordía las uñas constantemente mientras el reloj acortaba los minutos. Pensaba en el correo y la llamada que había hecho a su amigo. La ayuda de Leonardo era la única opción con la que contaba para poder salvar su pellejo. No obstante, por momentos se arrepentía de haberse aprovechado del tiempo, nobleza e inteligencia de su amigo.

Mientras tanto, Leonardo finalmente logró descifrar el contenido exacto de la voz masculina. Esta decía lo siguiente: “Ayúdame….me quemo….me muero” Era un hombre que pedía ayuda, eso era indudable. Sin embargo, una interrogante todavía flotaba en el aire.

-¿Quién era ese hombre?- se preguntaba Leonardo mientras se agarraba la cabeza con ambas manos.

La cabeza y el pecho comenzaron a dolerle. El stress, el insomnio, los fármacos, el café y el tabaco le estaban pasando “la factura”. Pero no podía detenerse a pesar del sufrimiento físico que había soportado por varias horas. Su mente comenzó a dictarle órdenes confusas; una mitad de su cerebro le decía que tenía que averiguar quien era ese hombre y la otra le decía que descansara y se olvidara de aquel hombre.

A punto de entrar en un colapso nervioso, el teléfono celular de Leonardo sonó de repente. Leo contestó el teléfono y se llevó de manera inconsciente el auricular a la oreja.

-Leo, disculpa que te llame a esta hora, pero necesito saber como va lo del archivo que te envié -dijo Amanda.

El rostro de Leo se volvió imperturbable y desencajado. Sus ojos observaban como la pantalla del monitor se apagaba lentamente al igual que la lamparita de su escritorio. Amanda le hacía preguntas, pero ninguna palabra tenía sentido para él. Leo se había desconectado del mundo real.

-¿Amigo, me escuchas? –hablaba Amanda con desesperación.

Un cigarrillo sostenido por sus labios, cuya pequeña llama estaba a punto de extinguirse, proyectaba una tenue luz amarilla en el rostro de Leo. Su cara estaba empapada en sudor. El silencio reinaba en medio de la penumbra. Y Leonardo ya no escuchaba lo que Amanda le gritaba al oído.

-¡Leoooooo!- gritaba Amanda con más desesperación que antes, tratando de encontrar nuevamente una respuesta. Pero el silencio permanecía ahí.

Amanda tenía un mal presentimiento. Tenía la fuerte sensación que a su amigo le pasaba algo malo. Se sentía frustrada por no poder saber que le sucedía a su amigo. Escuchaba la respiración agitada de Leo, pero nada más.

Finalmente el cigarrillo, a punto de apagarse, se desprendió de la boca de Leo y cayó en el borde inferior de una de las cortinas de su habitación. La cortina se consumió rápidamente en llamas. El reloj, el teclado, el monitor y la cama de Leo comenzaron a consumirse también por el fuego intenso y voraz.

Cuando el fuego alcanzó la silla de madera, donde Leo estaba sentado, este gritó sus últimas palabras. Amanda, aún con el teléfono pegado al oído, escucho las últimas palabras agónicas de Leo.

-Ayúdame….me quemo….me muero –dijo Leo antes de ser consumido por las llamas.

1 de octubre de 2010

Miguel

El joven se levanta, con lentitud, del suelo húmedo y duro; su ropa tiene manchas de sangre que provocan en él preocupación acerca de su estado de salud. Un hombre, de edad muy avanzada, se acerca a él y le extiende la mano para ayudarlo a levantarse de la fría vereda en la cual se encontró inconsciente por más de media hora.

La memoria del joven le ha abandonado casi por completo, no hay recuerdos muy claros en su mente; solo recuerda que se llama Miguel, además lo único que viene a su mente es una voz que decía: ¡Guerrero, levántate! Pensó que tal vez su apellido era Guerrero, pero a su mente tampoco viene alguna imagen que le ayude a recordar quien es o que le sucedió antes de aparecer, con la ropa ensangrentada, frente a la puerta de una pequeña tienda de antigüedades.

La calle luce desierta y obscura; la única persona, que esta a lado de él, es un hombre que comienza hablar cosas que no tienen un aparente sentido lógico. Miguel no da importancia a las cosas dichas por el anciano, piensa que tal vez es un vagabundo loco y desorientado.

Luego de limpiarse con las manos, el polvo de sus ropas, el joven camina hacia la tienda que esta frente a el con el objetivo de encontrar adentro a alguien que le ayude a recordar que le sucedió en la calle. En la parte superior de la tienda cuelga un cartel de luces de neón que dice “Antigüedades Génesis” en letras celestes que parpadean continuamente y las cuales crean un efecto casi hipnótico en Miguel.

Miguel entra a la tienda con un aire de seguridad, como si conociera el lugar; la tienda a pesar de ser muy pequeña tiene en su interior muchísimos objetos, pero entre los que mas abundan son pergaminos y libros. Lo primero que le llama la atención, al inesperado visitante, es un cuadro, “La Ultima Cena de Leonardo da Vinci”, que se encuentra colgado en una pared que ha sido consumida por la humedad; debajo del cuadro hay un piano que contrasta con la antigüedad y suciedad que lo rodea. El piano es de color blanco e increíblemente esta libre de polvo y este atrae a Miguel hacia él como un imán; entonces, como un pianista experto, Miguel se sienta en una pequeña silla de madera del mismo color que el piano y comienza a tocar una bella canción, la cual parece haber sido compuesta por un maestro de la música.

La bella música que sale del piano y es interpretada de manera magistral por este joven logra atraer al mismo anciano que vio en la calle, quien ha ingresado a la tienda y ahora esta detrás del intérprete. Miguel, sin inmutarse, continua tocando durante diez minutos mientras el anciano se limita a escuchar la música con los ojos cerrados; al concluir abre los ojos y en voz baja dice algo en una idioma extraño, pero increíblemente el virtuoso pianista entiende todo lo que le dice. El anciano habla en un idioma que muchos seres humanos no entienden.

Miguel quien ahora luce una sonrisa (después de haber escuchado al anciano) le pide al anciano que le muestre una antigüedad que ha llamado mucho su atención. En la parte más alejada e iluminada de la tienda, a unos metros del piano, una espada esta apoyada al costado de una armadura plateada. La espada al igual que el piano esta libre de mancha alguna de polvo o de algún otro tipo y brilla tan fuerte que ilumina todo objeto que se encuentra, a pocos metros, alrededor.

Antes de tomar la empuñadura de la espada, le pregunta al anciano a quien le perteneció tan hermoso objeto, pero el anciano responde al joven solo con su silencio y con una leve sonrisa dibujada en su rostro. La espada es tan pesada que le cuesta al joven levantarla del suelo, pero después de muchos intentos por fin logra su cometido.

La espada se alza sobre las cabezas del joven y el anciano, durante dos minutos, hasta que los brazos de Miguel se cansan por el esfuerzo realizado; el pesado objeto ahora esta en el suelo nuevamente, a lado de la armadura. De repente el anciano desaparece de la tienda sin hacer ruido, el joven mira a todos lados pero no logra hallar al anciano, piensa que tal vez ha salido de la tienda mientras el alzaba la espada.

De repente, la puerta de la tienda se abre súbitamente como si hubiera sido abierta por una mano invisible. A pesar del frío de la noche, la tienda se comienza a inundar por un calor intenso además un olor, más extraño que el polvo que cubría los objetos ahí presentes, empieza a molestar el olfato de Miguel. Su instinto le dice que tome la espada, así que lo hace rápidamente.

Delante de su cuerpo, en posición defensiva, la espada se levanta entre las manos del joven, quien ahora no ha tenido problemas para sujetar tan pesado objeto. La luz de la espada se hace mas intensa y comienza a iluminar todos los objetos que se encuentran alrededor, inclusive la intensa luz poco a poco comienza a sobrepasar los límites de la tienda de antigüedades hasta llegar a la fría calle.

El olor comienza a despertar en Miguel recuerdos en su mente, pero el calor le hace difícil la tarea de identificar el origen de tan penetrante olor. La mente poco a poco se le aclara al ver una inscripción en la empuñadura de la espada, en la cual se lee claramente en letras muy pequeñas: !¿Quien Como DIOS?!.

Mientras lee la inscripción (en voz alta) una sensación de paz y tranquilidad inunda su alma a pesar que frente a él ha aparecido, aparentemente de la nada, un lobo con ojos rojos muy amenazadores y colmillos que muestra con ira; el lobo comienza a caminar alrededor de Miguel, pero este se muestra seguro de sí mismo, sin temor alguno.

El lobo salta de imprevisto hacia Miguel con el fin de morderlo, pero lo único que logra morder es el acero de la espada que le atraviesa rápidamente la boca hasta el fondo de sus entrañas. Con la espada aún en su interior, el lobo aúlla de dolor, cae al suelo sangrando en abundancia e inmediatamente comienza a ser consumido por un fuego interno que termina por consumirlo hasta dejarlo en cenizas, las cuales dejan un fuerte olor a azufre en el ambiente.

La espada aún sujeta por ambas manos, es levantada del suelo con mucha facilidad, y a pesar que esta manchada de sangre, la luminosidad no se ha perdido. Sin muestras de cansancio o temor, Miguel sale de la tienda ahora con la armadura puesta y con un rostro que refleja una victoria que no es ajena a su persona, pues ahora recuerda quien es.

Una hora antes que Miguel recuperara la memoria, en medio de la noche, dos sujetos armados (con una escopeta cada uno) estaban a punto de entrar a la tienda de antigüedades, con el cobarde propósito de matar al dueño y robarle todo lo que tuviera de valor. El plan de estos delincuentes intentó ser evitado por un muchacho, de estatura mediana, de contextura física delgada y de apariencia inofensiva. El joven se situó delante de los dos delincuentes, que eran más fuertes y altos que él, para evitar el robo.

La batalla parecía perdida; para el valiente joven, debido a las desventajas ya descritas con respecto al físico y apariencia frente a estos dos hombres. Sin embargo, el joven se paró delante de ellos impidiéndoles el paso hacia el interior de la tienda. Los delincuentes al darse cuenta que solo el frágil cuerpo del este chico los separaba, de la puerta de acceso a su botín, lo sujetaron fuertemente entre los dos y lo arrojaron como una roca hacia la vereda.

Uno de los delincuentes sacó, de uno de los bolsillos traseros de su pantalón, un cuchillo y se acercó hacia el joven, quien ahora estaba más indefenso que antes, tirado en la fría vereda y con las extremidades ensangrentadas; el dolor corporal se apodero rápidamente de él mientras el delincuente se acercaba, para matarlo silenciosamente con su cuchillo.

Repetidamente el cuchillo atravesó el abdomen del joven, quien agonizaba lentamente en el suelo. Lo último que recuerda antes de perder el conocimiento es una voz que le dice: ¡Guerrero, levántate!, luego todo es obscuridad en la mente de Miguel. Los delincuentes han sacado de su camino a Miguel, ahora están dentro de la tienda.

El dueño de la tienda descansa en su habitación pero un ruido de objetos rompiéndose (al caer al suelo) despierta al anciano. El dueño se acerca al lugar donde se esta cometiendo el robo, frente a sus ojos, pero el anciano poco puede hacer después que uno de los hombres le golpea la cabeza con la culata de la escopeta. El anciano cae inconsciente al suelo, sin poder detenerlos o alertar a la policía.

El delincuente que aún tiene la sangre de Miguel, en su cuchillo y manos, se acerca al anciano, mientras el otro sujeto busca desesperadamente dinero en uno de los cajones de un mueble apolillado. El mueble es destrozado fácilmente por un disparo de escopeta, pero al interior no hay nada. De repente, un objeto llama la atención del asesino, lo cual hace que abandone la idea de matar al anciano.

Una armadura reluciente y una espada que brilla intensamente atraen a los dos sujetos, quienes ahora están más cerca de su propia muerte, sin saberlo. Con las manos aún ensangrentadas, el asesino coge la empuñadura de la espada pero esta le quema la mano e inmediatamente comienza a consumirle un fuego interior que le quema las entrañas hasta dejarlo en cenizas. El otro delincuente asustado, al ver las cenizas de su compañero, sale corriendo de la tienda; antes que pueda cruzar hacia la vereda de enfrente un carro de la policía le cierra el paso, y de esta manera termina arrestado.

Los policías hallan en el interior del la tienda, en el lugar donde estaba el mueble, un piano y debajo de aquel piano se encuentra el anciano inconsciente. Luego de recuperar la conciencia, el anciano es conducido hacia la calle por una enfermera para que sea examinado posteriormente por un médico, pero antes de ser conducido a la ambulancia el anciano extiende la mano hacia la vereda para ayudar al joven Miguel, pero la policía o la gente (que ha llegado a curiosear) no ven a nadie en la vereda. La gente comienza a murmurar que el viejo se ha vuelto loco o esta alucinando debido al golpe que recibió en la cabeza.

El anciano no deja de hablarle al joven y se resiste a irse del lugar a pesar de los intentos de un médico que quiere llevarlo al hospital. Luego cuando todos se han ido, Miguel abre los ojos y ve al extraño hombre, quien lleva varios minutos con la mano extendida.

Luego de lo acontecido y relatado (en los párrafos anteriores), Miguel ya sabe quien es el anciano que le extendió la mano, porque el anciano le ha revelado su nombre. Aquellas palabras que parecían no tener sentido y solo pueden ser entendidas por los verdaderos hijos de Dios eran:

-Hermano te extiendo mi mano para sanar tus heridas y llevarte a la luz, nuevamente-
La calle donde ocurrió el frustrado robo tiene el nombre del anciano (San Rafael) y a Miguel, los católicos, aunque no puedan verlo, lo llaman: San Miguel, Arcángel.

“La mente puede olvidar
Pero el corazón jamás pierde la memoria”.
(Frase de: Leo, quien nació bajo la protección de San Miguel, Arcángel)

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